11 septiembre 2020

Normalidad anormal.





Terminará este atípico verano, volverán sudorosos escolares a sus pupitres, eso sí, enmascarados y con botes de gel desinfectante en los bolsillos, pero no escucharán los griteríos de siempre. O, al menos, no deberían porque la pandemia y tal, ustedes ya se imaginan, en boca cerrada no entran virus.

Y aquí estoy de nuevo, para compartir con ustedes la estupefacción que la realidad, o parte de ella, provoca en mí. O no, o para contarles cosas que me han conmovido, o despertado o lo que sea. Total que empieza de nuevo la aventura.

Decía Enrique G. M. en las redes: “Sueño con un párroco que dé al menos la mitad de instrucciones para la salud del alma como dan para prevenir el coronavirus”. Y es que uno de los peligros que enfrentamos es quedarnos en una obsesión enfermiza por no enfermar, hasta el punto de perder de vista lo fundamental. O haber bajado el tono y convertir el discurso profético en una lista de instrucciones para estar bien. Hace bastantes años recibimos al obispo en visita pastoral en una parroquia de la sierra. En la charla con los feligreses una catequista contaba que ella iba a la oración que organizaban semanalmente en la capilla las hermanas de la Consolación “porque la llenaba de paz y tranquilidad”. Y recuerdo la mirada estupefacta de las hermanas, en plan “pero ésta no se entera de nada”, cosa que me sorprendió en ese momento. Pero es que, si el oficio profético se dedica a tranquilizar conciencias y provocar paz interior, a lo mejor te tienes que apuntar a un taller de biodanza o yoga tántrico, en vez de acercarte a la Palabra. Eso les encanta organizarlo a los ayuntamientos, así que ya lo tienes pagado.

El extremo contrario también es terrible, el sermón culpabilizador. Ese que empieza recordándote que tú estás en tu casa tan tranquilo mientras en Eritrea se mueren de hambre, que lo que a ti te sobra es que le falta a alguien, que eres un insolidario y que los pobres lo son, de alguna manera por tu culpa, que si respiras de más estás acelerando el cambio climático y que tendrías que dedicarte a ser buena persona porque es lo que Dios quiere, que te dejes de otras zarandajas y rosarios.

¿Cuándo perdimos el norte? Lo ignoro. Lo cierto es que tras la recuperación de eso que llaman “nueva normalidad”, porque llamarlo “normalidad anormal” sonaba a retruécano, muchos fieles se han quedado en casa. Unos por razones fundadas, edad, estado de salud, etc. Otros porque el confinamiento les ha arrebatado la pátina de cristianismo cultural que les llevaba a la mínima práctica de fe. Lo ha reconocido el cardenal Hollerich. Alguien me dijo mientras entraba a la sacristía “creo que mucha gente no ha vuelto”, un padre me comentaba que la hija prefería ver la misa por televisión, le sugerí que, cuando tuviera hambre, le pusiera canal cocina. 

Por un lado, es parte del proceso descristianizador que decía el cardenal, han apagado la última y vacilante luz que les quedaba, por otro podemos pensar que estamos los que somos porque antes no estábamos lo que realmente éramos. Y aunque parezca una victoria del tentador, puede salirle mal, veremos.
Anormal vs Normal | Escueladevida10's Blog
Y ya que lo menciono, una perla de sabiduría que recordaba G. Luri: “Los jecides de Persia, que tenían una profunda visión política de la vida, jamás maldijeron al diablo, fuera cual fuera su infortunio personal o colectivo, porque no descartaban que el día menos pensado se reconciliase con Dios.”

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