11 junio 2021

El irresistible ascenso de lo absurdo

No sé si se han preguntado alguna vez por qué ese empeño de la Iglesia, de los católicos, en llevar la contraria, en andar gritando eso de que el emperador va desnudo y cosas incómodas similares. Pero por qué no adaptarnos, modernizarnos, qué trabajo nos cuesta reconocer como familia cualquier arrejuntamiento humano que nos pongan por delante, ¿no sería mucho más cómodo bendecir como matrimonio hasta las parejas de municipales? Y en los tiempos en que ya nos estamos planteando de nuevo la aceptación de la poligamia, aunque la llamemos “poliamor” que queda más bonito, pues también se le echa agua bendita. Aquí nos debería parecer bien lo que haga falta para caer bien y ser aceptados y aceptables. ¿Qué hay que elegir una papisa lesbiana divorciada para entrar en lo más alto del ranking del “wokismo”? Pues adelante, no nos cortemos un pelo. A ver quién nos gana si decidimos que pulpo es un aceptable animal de compañía. Todo es empezar. ¿La eutanasia y el suicidio asistido? A demanda del consumidor, su familia, el estado, el médico o cualquiera que pase por allí. Lo justificamos y lo bendecimos todo. Es más, deberíamos considerar que fuera obligatoria. ¿El aborto? Un derecho humano fundamental y todos aplaudiendo. ¿Qué te quieres casar con tu mascota o con un árbol de tu jardín? Por la Iglesia y con incienso si es necesario. Si mañana llegas al registro y decides que tú, un señor blanco cincuentón se siente una niña negra de ocho años, pues nada, el funcionario, según las nuevas leyes, debe anotarte como tal. ¿Quién es nadie para decidir por ti quién eres según te sientes en ese momento? No me queda claro cuántas veces puede uno cambiarse de genero entre los treinta y siete tipos que la Wikipedia, por ejemplo, recoge. Igual deberían poner un límite, no sé. El próximo récord Guinness sería alguien que se los haya pasado todos, no es por dar ideas. Total, qué más da. En el mundo del absoluto relativo todo está permitido, todo es aceptable. En el nuevo arca de Noe se ha abolido el sexo y se han introducido los géneros, y todos los animales tienen la misma dignidad, que es lo mismo que decir que ninguno tiene ninguna.

La verdad es que, como decía aquél, no me da la vida para defenderme del irresistible ascenso de lo absurdo. El género que yo echo de menos el género épico y con esto lo dejo, prometido.

Bueno, espera, me quedan un par de cosas. Nuestra empresa de Correos, tan a la última en su lucha contra el racismo que nos asola, ha sacado unos sellos de colores del más claro al más oscuro. Cuanto más negro, más barato. Contra el racismo dicen. Y te tienes que reír porque si lo joven se cura con el tiempo, lo lerdo por lo visto no. De momento, ya han conseguido que el periódico The Washinton Post los tilde de racistas, prueba superada. Y ya que me pongo, alguien preguntaba si se puede perdonar a quién no sólo no se arrepiente, sino que insiste en que volverá a hacer aquello que lo condenó. Me he acordado de uno de mi clase de séptimo de EGB que cuando hacía algo contra algún compañero luego le pedía que lo perdonara inmediatamente, pegándole de nuevo hasta que el otro pronunciaba las palabras mágicas. Nada, no intenten entenderlo, un trastorno como otro cualquiera. Hace tiempo que no invoco al meteorito, pero es que es cada vez más necesario.

 

17 mayo 2021

Wokismo


 

Andaba yo leyendo una entrevista en Niusdiario a Peter Boghossian, miembro de Ateos por la Libertad y experto en ateísmo, pensamiento crítico, pedagogía, escepticismo científico y el método socrático. Muchas “expertitudes” me parecen, pero bueno. Me llamó la atención el análisis que hace de algo que se ha dado en llamar con el consiguiente anglicismo, la cultura “woke”, “un término que define a alguien con un nivel de conciencia social propio de un millenial que se precie. Es decir, alguien que se informa y se interesa sobre problemáticas sociales de actualidad. Un ‘woke’ del más alto nivel no duda en aliarse a causas, incluso cuando éstas no le afectan en lo más mínimo. Según el Urban Dictionary ser woke significa estar al tanto, saber lo que ocurre en la comunidad”, pero esto, que suena bien, ha dado a luz una superioridad moral que no admite discusiones y ha generado un nuevo puritanismo extremista de lo más estrafalario.

El mencionado autor explica que entre los nuevos defensores de la “justicia social”, se utilizan términos atractivos a gran parte de la sociedad, “tomemos la palabra inclusión, por ejemplo. Suena bien, ¿no? ¿Quién no iba a querer un entorno inclusivo? Inclusión significa “acogedor”. Pero puede ser que haya personas que se sientan ofendidas por lo que pueda decir alguien. Y si la gente se siente ofendida, entonces no se sentirá acogida. Así que para evitar que la gente se sienta ofendida, hay que poner barreras al entorno en el que se quiere ser inclusivo. Y así, al final, un entorno inclusivo significa la introducción de restricciones, o sea, que no haya libertad de expresión, que no haya debates ni diálogos abiertos.” O sea, que va a resultar que “inclusión” es excluir a todo el que no piense, sienta y hable según la nueva ortodoxia. Bonito futuro se presenta.

Así, en un curioso giro de los acontecimientos, hay universidades americanas en busca de “espacios seguros” para los grupos sociales “menos privilegiados”, ya sea por género o raza. El resultado es que esos espacios son o sólo para mujeres o para afroamericanos (lo que viene siendo gente de color negro para ser más políticamente incorrecto). Resulta que ahora la segregación por género o raza está bien si son ellos los que la proponen y justifican, los concienciados o “woke”. Je.

¿De dónde sale esta gente? Paradójicamente de los centros de pensamiento, Boghossian comenta: “La gente inteligente cree en cosas raras porque el hecho de que sean listos significa que son buenos racionalizando cosas. Pero pueden razonar para acabar justificando una conclusión errónea.” Y refiriéndose al fenómeno en los Estados Unidos dice que las universidades han sido tomadas por una ideología parasitaria. Es una ideología que ha parasitado el liberalismo. Y ahora ya es la ortodoxia moral en las universidades. (…) La gran mayoría de los profesores universitarios, especialmente de humanidades se identifican como liberales de izquierdas. El sistema universitario se ha deshecho de forma sistemática, primero, de los conservadores, luego de los liberales y luego de los llamados 'moderados'. Las humanidades viven en una cámara de resonancia en la que sólo se hablan a sí mismos. Y ven la universidad como un centro de adoctrinamiento ideológico”. Aquí las cosas no son muy diferentes si lo analizamos bien y si lo son, ya acabaremos copiando el fenómeno. Quizá esto explique el auge de ciertos extremismos políticos de moda. Ya saben.

04 mayo 2021

Shibboleth

 Si alguien se acabara de despertar después de un coma de bastantes meses, podría pensar que hay unas elecciones generales en las que una señora, llamada Isabel, se presenta a la presidencia del país. Por algún extraño motivo a cualquier onubense de cualquier comarca le deberían importar mucho estas elecciones. Ya conté que una vez que intenté quejarme del funcionamiento de las urgencias en el hospital de Huelva, tras una rotura de cadera de un familiar, provocó un agrio debate sobre la presunta privatización de los hospitales de Madrid en los tiempos de Esperanza Aguirre, otra señora que importaba mucho a los onubenses y cuyas decisiones nos concernían por algún extraño sortilegio que se me escapa.

A ver si atino ahora con un santo y seña que me permita abordar el otro tema, quiero decir, esa frase, password, watchword, shibboleth o lo que sea que me permita pasar el filtro de poder decir algo sobre un asunto que se resume en una frase que debería grabarse en el frontispicio de la nueva política española: “nunca es el qué, siempre es el quién”. Se le atribuye al periodista Carlos Esteban, no lo he investigado, suelo resumir lo mismo diciendo que “lo que en los otros es vicio, en nosotros es virtud”. El santo y seña podría ser: “condeno la violencia venga de donde venga y vaya contra quien vaya en el ámbito del debate político”. Y ustedes se quedan a la esper a de la adversativa, el consabido “pero” que explica que no es lo mismo apedrear a los malos que amenazar a los buenos, ya que estos últimos, poseedores incuestionables de todas las virtudes, no se merecen que se les haga a ellos lo que ellos piensan o sugieren que deberían hacerles a los demás, malvados y equivocados en comportamientos e ideas que se lo andan buscando cada vez que abren la boca. Espero que pillen la ironía o estaré en un lío.

Hoy me ha llamado la atención que al abrir el navegador de internet he encontrado una frase en una franja de la página de inicio: “Una persona saludable es feliz y alegre. Un Internet saludable es seguro y privado.” Me ha sonado tanto al “Mundo Feliz” de Huxley que, de repente, he tenido miedo. Me he acordado de un artículo de E. G. Máiquez de febrero de 2020 dónde nos advertía sobre el peligro del “Imperio del Bien”, título de un libro de Phillipe Muray. Dice en el artículo: “Trata -porque es su tema y porque ofrece un tratamiento de choque- del estado de cosas de Occidente, "este imperio aterrador de la Sonrisa". Rige el acuerdo universal, salvaguardado por el Estado, en base a los buenos sentimientos, la relatividad y la Neolengua. Impera el fanatismo de lo saludable y somos muy libres de pensar todos a una”. Luego describe la “disneyficación” de la política y la uniformización obligatoria de la sociedad. Desaparece la violencia, pero no para todo el mundo, que sigue habiendo disidentes del justo medio a los que hay que “cancelar” amablemente.

Para terminar, dos cositas que recuerda G. Luri. Uno de esos estudios que hacen las universidades concluye, en coherencia con lo dicho en días anteriores, que “los estudiantes aprenden menos con los profesores fáciles”. Ya saben por dónde va la cosa. Otra "La introducción de la pasión religiosa en la política supone el fin de la honestidad política". Lord Hailsham, citado por Miguel Herrero de Miñón en "Ideas para moderados" (1982). Creo que de esto también dije algo antes.

30 abril 2021

Pedagogía del caos

 

El otro día aparecía un artículo en el ABC con el sugestivo y sorprendente título de que “los estudiantes de colegios con más disciplina obtienen mejores notas”. Si ustedes son personas habituadas a practicar el sentido común y que no pilotan naves mentales lejanas a la realidad, no necesitan seguir leyendo el extracto de la sesuda investigación universitaria que da pie a la frase titular. Un par de anécdotas me vienen a la mente. Al hijo de un amigo, maestro de primaria, le había tocado en la clase de un maestro con fama de serio y estaba contento porque prefería eso a una clase indisciplinada dónde ni hacías ni te dejaban hacer. El chico prometía ser un buen estudiante e iba al colegio, no al parque de atracciones. La segunda es cuando, en ese mismo colegio, fui a buscar a un maestro de quinto curso. Entre en una de las aulas y vi todos los pupitres ordenados de a dos y con un alumno encargado de mantener el orden, aparentemente todos estaban trabajando en la tarea que les había dejado el maestro que había salido a dirección a atender un asunto momentáneo. Me sorprendió el orden y silencio reinante. Luego entré en la otra clase de quinto y lo que vi fue una distribución de pupitres que sólo podría explicarse siguiendo la teoría del caos. Había un bullicio inesperado, sobre todo porque después de mirar en todas direcciones encontré al maestro sentado detrás del todo, en su mesa, según él estaba haciendo una “experiencia pedagógica” de distribución de grupos. Se ve que son estos últimos los que van marcando el paso en la nueva pedagogía. Pero los que funcionan de hecho, son los primeros.

Gregorio Luri, en su lucha personal contra las pedagogías fantasmagóricas que nos aquejan, escribió que “Los pobres se merecen una escuela ambiciosa que no aspire simplemente a entretenerlos. Se merecen profesores justos que no sientan lastima de ellos y que no les exijan menos de lo que puedan dar de sí. Necesitan buenos profesionales y no sólo pedagogos románticos. (…) [Como dijo San Agustín a los maestros:] ‘No seáis, pues, tan benévolos con los malos que les deis aprobación; ni tan negligentes que no los corrijáis; ni tan soberbios que vuestra corrección sea un insulto’.” Difícil y necesario equilibrio.

En el capítulo “sorpresas te da la vida”, resulta que, a Richard Dawkins, epígono del escepticismo ateo militante, la “Sociedad Humanista Americana” le ha retirado el premio “humanista del año” que le dieron en 1996 por su opinión sobre las “nuevas identidades”, concretamente por ser escéptico respecto ese juego. Había dicho que “Algunos hombres optan por identificarse como mujeres, y algunas mujeres optan por identificarse como hombres. Serás vilipendiado si niegas que ellos literalmente son eso con lo que se identifican.”  Así que semejante ataque al nuevo orden de “si me siento cafetera, deberás dirigirte a mí como tal”, no podía quedar sin cancelación pública. Dar a entender, aunque sea de refilón, que las identidades trans, por ejemplo, pudieran ser fraudulentas, es uno de los nuevos pecados imperdonables que no entran ni dentro de la posibilidad de debate racional ni la ampara la libertad de expresión. Sus posteriores intentos de disculpa no han servido para aliviar el cabreo de los guardianes de la nueva ortodoxia. Agárrense que vienen curvas, en Canadá hay un padre condenado por un juzgado por no querer referirse a su hija de catorce años como hombre y oponerse a la terapia de hormonación para parecerlo.

16 abril 2021

Procesión de la infamia.

 

Creo que se llama estupor lo que uno siente cuando ve algo que le parece increíble y mira a ver si hay algún engaño o está bajo los efectos de algún estupefaciente, lo que sería una explicación plausible. Es lo que se siente a ver un grupo de personas con pancartas y banderas reivindicativas de los regímenes más crueles y asesinos de la historia reciente. Sin ningún pudor y sin que nadie les saliera al paso. Si hubieran añadido la esvástica y la foto de Adolf Hitler, dicha manifestación podría haber tenido justificación como una especie de “cabalgata de la infamia del siglo XX” o algo así. Pero no, es un residuo de esa tendencia, tan humana, de repetir lo peor de lo que somos capaces. Negar la libertad en nombre de la “verdadera libertad” y anular la democracia para salvarla de sí misma y crear la “democracia real”, que era como llamaban las dictaduras del bloque del Este a sus regímenes. Claro que, para conseguirlo, tenían que exterminar a todo el que se oponía. Lo anterior sucedió en Madrid el miércoles, 14 de abril pasado, si alguien se llama a engaño después, será cómplice de esa reivindicación de la infamia.

Georg Lukács, filosofo marxista y crítico literario húngaro, ya había dicho que “no se puede demostrar el marxismo (…) te has de convertir a él”. Podemos considerar lo del miércoles como una procesión de creyentes, por tanto. En los ochenta, González Faus escribió un breve ensayo titulado “Creer sólo se puede en Dios, en Dios sólo se puede creer” que un servidor leyó para verificar una idea que se me iba haciendo sitio en la mente, que la política no iba de gente eligiendo representantes por sus ideas, capacidades y su gestión demostrada, sino de creyentes fieles, inmunes a todo sistema de verificación/falsación por los hechos, que diría Popper. Cuando la fe se dirige a un objeto equivocado, lo resultante no puede ser bueno a largo plazo. El ensayo no iba de eso, pero me ayudó a profundizar el tema de la fe, por cierto.

Y para terminar el capítulo de “cosas que deberían ser sólo anecdóticas” está la noticia de que “desde la Vegan Society (Sociedad Vegana) piden el fin de las galletas infantiles con formas de animales: incitan a los niños a contemplar los animales como algo inferior y a nuestra disposición.” Claro, todos sabemos que, si los dinosaurios de las galletas siguieran por aquí, seríamos los humanos los que estaríamos a su disposición… el nivel de lo absurdo y de antropología ridícula ya supera todos los medidores que podamos tener. Mientras algunos nos reímos de estas cosas, lo absurdo, lo emocional y lo irreal se instalan como un virus en el pensamiento dominante. Sin opción a debate porque con lo absurdo no es posible.

Visto todo esto, lo que sigue puede sonar para algunos como una herejía moderna, para otros como un soplo de sensatez proveniente de principios del siglo XX: "Soy ordinario en el sentido correcto del término, que significa la aceptación de un orden; un Creador y la Creación, el sentido común de gratitud por la Creación, la vida y el amor como dones permanentemente buenos, el matrimonio y la caballerosidad como leyes que los controlan correctamente, y el resto de las tradiciones normales de nuestra religión." Dijo G.K. Chesterton en cierta ocasión.
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