29 diciembre 2014

Malos tiempos

Decía un escritor de cierta reputación que “estos son malos tiempos, los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros”. El autor de la frase en cuestión, con la que fácilmente ustedes y yo podemos estar de acuerdo, es nada menos que Marco Tulio Cicerón que vivió en el siglo I a.C. 
Esto nos hace pensar que si creemos que nuestros males son específicos de la modernidad o posmodernidad, estamos bastante equivocados. Digamos que la humanidad no ha avanzado tanto como cree y que cada generación y cada individuo tiene que recorrer su propio camino de humanización y conquista de la sabiduría. Al menos en las dosis necesarias para que la palabra civilización adquiera sentido y superemos el barbarismo básico de vivir según los instintos y el egoísmo más craso. El problema en nuestra sociedad posmoderna es esa vuelta al instinto y al sentimiento descarnado que se pregona día a día en los foros de expresión pública. Da la impresión de que hemos renunciado a la pensamiento para vivir instalados en la irracionalidad, e incluso esto no es nuevo, aquél movimiento romántico del diecinueve ya puso en marcha la superación o el regreso del racionalismo de la ilustración que había pretendido explicarlo todo y basar las relaciones humanas en la fría lógica del pensamiento y la razón. A cambio, parece que hemos vuelto a dejarnos arrasar por el irracionalismo. 
Cuando ante un hecho objetivo como por ejemplo el aborto que comporta la muerte de un ser humano, la respuesta es un supuesto derecho ¿a matar al hijo concebido? O la tremenda frase de “si el embarazo no deseado le pasara a alguien de tu familia, ¿qué harías?”, uno se queda sin argumentos, no porque no los haya, sino porque la otra persona se encuentra en un nivel dónde ni la razón ni la misma fuerza de los hechos le va a impedir seguir pensando o haciendo lo que le conviene. Contra el absurdo y el sentimiento, no hay explicación posible. 
Una sociedad así, que pregona que debes hacer lo que te gusta, lo que te apetece, lo que te da la gana, que eso es la libertad, luego reacciona escandalizada cuando a algunos individuos resulta que lo que les gusta, les apetece o les da la gana es salir a partirles la crisma a los del equipo contrario. ¿Y qué razonamiento les convencerá de eso está mal o es indeseable? ¿No pueden hacer lo que quieran con su vida? ¿Qué institución está en la posición ética de imponer unos límites si llevamos tanto tiempo diciendo que no hay límites, que no debe haber límites, que es muy retrógrado eso de poner límites? Todos hemos leído o escuchado esa inmensa majadería tan de moda de que lo mejor que se puede hacer con una tentación es caer en ella. Y luego nos extraña que si al personaje lo que le apetece es cascarle a su cónyuge o engañar a hacienda, lo haga y se sienta tan legitimado. 
Me dirá alguno, “pero es que no es eso”. Bueno, cuando das permiso para romper farolas, no te extrañe que se acabe asesinando a alguien. Rotas las barreras, la riada es incontenible. Y para que no sea así no basta con desearlo o escandalizarse con un ataque de hipocresía que no se cura con un susto, es preciso reconstruir al ser humano dañado que abandonado a sí mismo y sus instintos no se parece al buen salvaje del filósofo ni de lejos. Es preciso conquistar la humanidad y su marca de racionalidad que es lo que hace de la convivencia humana civilización y cultura.

25 diciembre 2014

La moral promedio y la total ausencia de la misma

Permítanme comenzar citando al filósofo Robert Spaemann, que en su obra “Sobre Dios y el mundo. Una autobiografía dialogada” afirma que «Siempre es discutible pretender deducir propuestas normativas a partir de datos estadísticos. (…) Kant dijo una vez: “Es plebeyo apelar a la experiencia en cuestiones de moral”. En todas las culturas más desarrolladas hay una clara discrepancia entre la conducta de la mayoría y la que la gente aprueba. Cuando el abismo desaparece, entonces eso quiere decir, o bien que todos los hombres son santos, o, por el contrario, que se han venido abajo las costumbres. Esto último es lo peor, cuando el comportamiento de la mayoría se tiene como norma». 
Y por tanto qué decir del miserable cálculo electoral que hubo tras la retirada de la ley del aborto que, lejos de ser la solución, iba a ser al menos una norma de mal menor que intentaba esquivar la barra libre para el infanticidio indiscriminado que es la ley de plazos actual. Digan lo que digan los teóricos de la infamia, cuando algo se puede hacer se hace. 
La posibilidad de la llamada píldora del día después no ha servido para solucionar algunos casos de despiste sino que se ha convertido para muchas usuarias en la costumbre, desplazando la norma del sentido común y la prevención a la hora de mantener relaciones promiscuas. Dicho de otro modo, hay menos precaución porque siempre está ahí esa pastilla milagrosa, con lo que se usa mucho más de lo que nadie pudiera imaginar por peligrosa que sea. Y con el aborto pasa lo mismo, si se puede abortar en cualquier momento sin consentimiento paterno incluso en el caso de las menores, el hecho es que se utiliza como método anticonceptivo de forma indiscriminada. Que lo que se mata sea un ser humano parece dar igual cada vez más a quienes gritan que es un acto de libertad, terrible forma de definir ese homicidio de inocentes. 
Pero volviendo al principio, si la moral de esta sociedad va a ser el promedio del comportamiento de la mayoría, estamos perdidos y el escándalo por la corrupción es más una declaración de envidia que una verdadera crítica al latrocinio institucionalizado, por poner un ejemplo. Parece que ante la dificultad de alcanzar nuestros principios éticos, hemos decidido abolirlos y sustituirlos por un consenso vacío que declara bueno lo que les parece a los que gritan más fuerte y alcanzan el poder en los medios, es lo moderno, es lo actual y punto. 
Y ya que estamos, la escandalera que algunos montaron con la carta del obispo Reig Plá sobre el aborto por su, a su juicio, exageración al comparar los trenes abortistas con los que llevaban los judíos a los mataderos nazis, es del todo curiosa viniendo de quienes gritan ¡genocidio! ante cualquier cosa y callan cuando llegan verdaderos genocidios como lo que está sucediendo en Siria e Irak. Situación ante la que permanecen callados como rameras (porque queda feo decir putas, ¿no?). 

En fin, un chiste de confesionario verídico como la vida misma tomado del blog de un cura:
-Padre, es que siempre tengo que confesarme de lo mismo.
+Es que hasta que no caes en lo mismo no vienes a confesarte.

Aspiren a más, a mucho más y que la gente lo note, lo estamos necesitando.

Cómo no, Feliz Navidad.

19 diciembre 2014

Sociedad enferma...

Creo que nuestra sociedad está enferma de exceso de información. Amontonamos datos y más datos que cada vez nos llegan en oleadas más grandes y por medios más sofisticados e inmediatos sin capacidad de procesarlos adecuadamente. El resultado es triste de contemplar, pues lejos de alcanzar la sabiduría, la excesiva información produce nuevas patologías. 
Un ejemplo es la ortorexia, la obsesión patológica por la comida denominada sana, biológica, orgánica o similar. Cada día medios de todo tipo depositan en nuestro imaginarios miles de imágenes, mensajes, ideas, eslóganes, etc. Que no somos capaces de comprender en su complejidad. En parte porque nos falta perspectiva, o porque nos falta tiempo y capacidad de decodificación de los mensajes que tratan, más allá de informarnos para que nos formemos nuestra propia opinión, de darnos la opinión ya formada para que la aceptemos como nuestra, es el funcionamiento de lo políticamente correcto, mensajes sobre lo que se debe pensar y creer como aceptable en la sociedad de hoy, de forma que el que discrepa, aunque sea razonadamente, es condenado a las nieblas exteriores. 
Otro ejemplo, el otro día un tertuliano llamaba imbéciles a los eclesiásticos que opinaban diferente a lo oficial sobre el tema de la homosexualidad, aquella vieja discusión de si es natural o adquirido. El otro apostillaba sugiriendo si esa opinión no debería ser un delito y, como tal, perseguido. El oyente solo puede asentir a tan sesudas interpretaciones, o ser proscrito también si discrepa. Ya se sabe, fuera hace frío, asiente no vaya a ser que… los mismos que se amparan en la libertad de expresión la condenarán si es para opinar diferente. Es la feria de los hipócritas llevada al extremo. En este lado de los creadores de opinión, la gente se siente bien y satisfecha consigo misma si percibe que su armario de ideas y conceptos, aquellos criterios que elige como los que conforman su visión de la vida y de los demás, son los correctos, los aceptados y aceptables. Está a favor de lo bueno y en contra de lo malo, de que la gente trabaje y no esté en el paro, de que haya sanidad y educación para todos, de que todo el mundo haga lo que quiera y sea feliz con ello (aunque eso implique conductas disfuncionales, mientras no les toque a ellos personalmente no es un problema), de que llueva en invierno y haga sol el verano, de que el protagonista mate al malo al final de la película y todo termine con las notas de una canción emocionante. Se viste siguiendo la moda, come o piensa que debe comer sano (la mayoría de las veces sólo esto último), va a los lugares donde va la gente y rehuye los espacios vacíos (como si la ausencia de masa humana le diera cierto vértigo). Y así en una larga lista de actitudes que procuran cambiar para adaptarse a lo socialmente aceptable, incluso cuando protesta y disiente lo hace de modo organizado, en la línea que se debe protestar y contra los que se debe protestar. Que si eso mismo lo hacen los otros, no es lo mismo, donde va a parar. El resultado es ese pensamiento mágico o whisful thinking que cree que pensar y opinar lo correcto y estar al lado de lo aceptable, hará que pase sin más planteamientos y sin un conocimiento certero de cómo es la realidad y cómo son los seres humanos. Que tampoco tiene que hacerse nada, basta con tener buenos sentimientos… 
Una gran crisis para este tipo de personas es cuando se dan cuenta de que tener buenos sentimientos no sirve de nada si no te lleva a actuar en compromisos concretos, si no se manifiesta en acciones. Eres lo que haces, no lo que piensas. Lo que eres por dentro sólo importa por lo que te hace hacer, lo demás es simple e inútil buena voluntad
La segunda gran crisis es cuando esta persona intenta hacer algo y tropieza con sus propios límites, por una parte descubre que las cosas parecen mejores en el mundo de las ideas, pero que en la realidad las cosas son sutil o bruscamente diferentes, empezando por sus propias resistencias y debilidades que le ponen por delante el desafío de mejorar. Y resulta que todo dentro del individuo va a resistirse a cambiar. Lo otro es más cómodo, el egoísmo de vivir instalado en la zona de confort de la opinión prefabricada y los eslóganes de moda se resiste a dejar el sofá de una vida anodina y borreguil. Pero es lo que hay si quieres ser algo más que un estúpido depósito de ideas y opiniones ajenas, de conceptos políticamente correctos y a la moda. Y la gran pregunta para despedirme hoy, ¿están cómodos en su zona de confort?

18 diciembre 2014

Luz

Un sabio maestro, contó a sus discípulos la siguiente historia: 
“-Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada. Pasó algún tiempo, y uno de ellos logró encender una pequeña tea. Pero la luz que daba era tan escasa que aun así no se podía ver nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendieran su propia tea y así, compartiendo la llama con todos, la caverna se iluminó”. 
Uno de los discípulos preguntó: 
“-Qué nos enseña, maestro, este relato?” 
El Sabio contestó: 
“-Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario la hace crecer.”
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