24 febrero 2015

Consumidos por la grandeza o...

Ponerme a escribir mientras escucho piezas de Michael Nyman puede ser peligroso. No siempre sé lo que el papel va a soportar, si me atreveré, no llegaré o me pasaré. Pero una vez que uno se adentra en el desierto, las cosas más triviales dejan de ser importantes y las menos triviales también. Sólo yo y la inmensa soledad que grita ante mí y a mi alrededor. Entonces recuerdo un párrafo de Gustave Flaubert que recomendaba lo siguiente: «¿sabes lo que deberías hacer? Adquirir el hábito piadoso de leer todos los días un clásico durante al menos una hora». (…) «Hay una cosa a la que es necesario que te acostumbres, y es a leer todos los días (como un breviario) alguna cosa buena. A la larga penetra. (…) El talento, como la vida, se transmite por infusión, y hay que vivir en un ambiente noble, adoptar el espíritu de sociedad de los maestros». Y tras recordarlo un estremecimiento me recorre. Si ha habido un momento en la historia reciente en que es más necesario y más difícil rodearse de cosas, bellas, nobles, transcendentes que nos empapen de su grandeza es éste. O tal vez no, tal vez exagero. Pero me resulta terrible pensar en la generación que se deja fascinar por la basura repetida en los medios, por cosas como Sálvame, Gran Hermano VIP o ese zoológico de hombres, mujeres y viceversa que fascina a los adolescentes, esa edad en que en vez de soñar grandezas, se alimentan de bajezas. Por cierto que hay quien piensa que viceversa es la presentadora, ese es el nivel. 
Ciertamente, necesito, creo que necesitamos el desierto que nos haga ver la banalidad de todas las cosas absurdas que pueblan nuestra vida. Esta estúpida admiración por los malos, por los antihéroes que parece demostrar que nos dejamos derrotar, que el maligno nos venció, quisimos usar nuestro poder para hacer pan y caviar de las piedras, nos arrojamos como idiotas desde el alero hasta estrellar nuestra humanidad creyendo que como Dios, los demás, la vida, el mundo, nos debían tanto, no consentirían que acabáramos hechos estiércol contra el suelo, y para redondearlo adoramos lo más indigno pensando que si nos convertíamos en uno de ellos, de los malvados, los ignorantes, los injustos, los avariciosos, de los monstruos que pueblan lo cotidiano, ellos nos darían lo que necesitamos, nos protegerían y nos harían ser importantes. Pero nada de eso pasó, ni las piedras nos llenaron el estómago, ni sobrevivimos al vértigo de la fama vuelta infamia, ni tuvimos nada más que vacío y podredumbre, en lugar de todo acabamos comiendo con los cerdos, como cerdos y sin un hogar que añorar, un lugar al que volver o una esperanza a la que aferrarse. El desierto se extiende ante mí y la casa de mi Padre está lejos, apenas la recuerdo, apenas la presiento. Es tiempo de dejar todo atrás, que la tremenda belleza del páramo y su terrible verdad me rodeen y me empapen hasta dejarme vacío de todo lo que fui, de todo lo que soñé ser. Hasta que emerja un hombre nuevo, el hombre nuevo. Empieza la Cuaresma, no una más, la que nos desafía a cruzar el desierto poblado de bellezas y espantos desde el que vino Jesús, el Hijo, el Salvador, el Mesías, el Resucitado, nos espera la Pascua. Hasta otra, rodéense de grandeza, compártanla y apaguen todo lo demás.


12 febrero 2015

¡Cuidado con el autobús!

Esas películas en las que alguien  acaba atropellado por un autobús y éste ni siquiera frena...
Impresionante colección de escenas, si tienes estómago ve el vídeo entero.


06 febrero 2015

El valor y el martirio.

Leía hace un par de días un artículo sobre el valor que hacía referencia al Señor de los Anillos y, como soy un fan de Tolkien, no puedo dejar de compartir un par de reflexiones a modo de perlas que había en el texto.
Cuenta el escritor que Tolkien intentó en su obra dramatizar una especie de “teoría del coraje” inspirado por las baladas nórdicas en las que se presenta “la idea de que un héroe no cambia de bando aunque las perspectivas de victoria sean nulas, que la derrota no hace malo lo que es bueno, que morir con valor no es nunca una derrota. En su obra quiso mostrar un coraje así, precristiano y plenamente humano, no corrompido por la rabia y la desesperación, no diluido tampoco por la confianza en que habrá una recompensa en otra vida, apoyado sólo en la satisfacción de haber hecho lo correcto. Tolkien hizo vivir a sus personajes de acuerdo con esa norma y, por tanto, procuró quitarles cualquier esperanza fácil y hacerles muy conscientes del final que les sobrevendría: «combatimos perpetuamente la larga derrota», dice Galadriel.”
También dice el autor que “el de los hobbits es un coraje sin espectáculo, interno y vacilante, muchas veces en soledad y en la oscuridad: justo el que ha de poner en juego cualquier persona normal en no pocos momentos de su vida. Los hobbits, seres que desean tranquilidad y disfrutar de las aventuras contadas sin sufrir ninguno de sus inconvenientes reales, se ven empujados al centro de los conflictos pero no intervienen en las grandes batallas salvo en acciones aisladas y bajo la presión de los acontecimientos. Eso sí, sus actuaciones acaban resultando decisivas y los héroes clásicos con los que comparten el escenario lo reconocerán con admiración”. Y traigo todo a cuento de que los héroes de nuestra época, los que nos presenta la ficción actual, son prisioneros del escepticismo cínico, la rabia y la desesperación. Y aunque no es tampoco una novedad, tienden a usar los medios del enemigo para vencer a un enemigo que parece invencible, a convertirse en antihéroes y moverse en el límite de lo humano incluso. Justo lo que el libro del Señor de los Anillos de Tolkien advertía, quien usa el anillo del enemigo aunque sea para vencerle se convierte él mismo en el enemigo.
Dicho esto reivindico la necesidad del valor, el coraje y el heroísmo de los hobbits. Para ahora, para nosotros. El valor de negar el mal sin usar los medios del mal ni para acabar con él. El coraje de seguir adelante haciendo lo correcto aun cuando sabemos que no podemos vencer, sólo porque es lo correcto, lo justo, lo honorable, lo que se debe hacer. La sabiduría de reconocer la propia debilidad que necesita el apoyo de una causa, de unos amigos, tal vez de una esperanza contra toda esperanza. Reclamo el valor de los mártires, ayer hacíamos memoria de Santa Águeda, hoy San Pablo Miky y compañeros también mártires. No hay día en que no recordemos que el tesoro de la fe ha llegado a nosotros gracias a esa valentía silenciosa, ese coraje vivido en soledad y vacilación, en medio de esas oscuridades del alma.
Porque además, nuestra fuente de valor y coraje transciende lo correcto, lo justo y lo debido, bebe de la fuente que es Cristo y Cristo crucificado, incomprensible tontería para los intelectuales de este tiempo y absurdo inútil para los sedientos de milagros, los que buscan una magia que los proteja del mal y les evite el esfuerzo y el sufrimiento. Los mártires mostraron una fortaleza desconcertante en la debilidad de su humanidad y vencieron más allá de la larga derrota del dolor y de la muerte. Esto reivindico. Este fin de semana es la campaña de Manos Unidas contra el hambre en el mundo, también una larga derrota en la que no cesamos de luchar y en la que sentimos que vale la pena hacerlo. Por amor de Dios, por amor del otro.
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