11 octubre 2020

La gran estafa postmarxista.

 "...lo único que estos ideólogos tienen en común es que sus textos son incomprensibles. Utilizan ese estilo deliberadamente opaco que se emplea cuando, o bien uno no tiene nada que decir, o bien necesita ocultar que lo que dice no tiene fundamento."

J. Benegas, "La gran estafa del neomarxismo... y su secreto" en disidentia.com

01 octubre 2020

Tiempo de zombis

Decía ya Qohélet que “todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol” (Ecl 1, 8-9). No podía tener más razón. Si comentaba la semana pasada las inesperadas consecuencias de la llamada “guerra cultural”, hoy me encuentro con una afirmación que me sugiere que esto viene de lejos, que no es nuevo y que sus consecuencias suelen ser devastadoras. 

En 1943 Simone Weil escribía: “el desarraigo constituye con mucho la enfermedad más peligrosa de las sociedades humanas, pues se multiplica por sí misma. Los seres desarraigados tienen sólo dos comportamientos posibles: o caen en una inercia del alma, casi equivalente a la muerte, como la mayoría de los esclavos en los tiempos del Imperio Romano, o se lanzan a una actividad que tiende siempre a desarraigar, a menudo por los métodos más violentos, los que no lo están todavía o los que no lo están más que en parte.” Lo que me lleva a pensar que esa actividad de permanente puesta en cuestión de todo lo que es o ha sido la base de la civilización que disfrutamos no apunta a alumbrar algo mejor, sino un campo de cenizas sobre las que sólo puede gobernar un tirano de la condición que sea. Algo cíclico, por lo visto. Sí, me sobrecoge llegar a esta conclusión y espero estar completamente errado en el análisis y la conclusión. Pero las pistas están ahí. 


Me van a perdonar que abuse de las citas, pero no puedo evitar recordar esto otro que apunta a las causas, o parte de ellas, de esta sistemática destrucción los valores que cimentaron nuestro mejor presente: “Considerad un aspecto cualquiera de la herencia occidental del que nuestros antepasados se sentían orgullosos, y encontraréis un curso universitario consagrado a su deconstrucción. Considerad no importa qué aspecto positivo de nuestra herencia política y cultural y encontrareis esfuerzos concertados a la vez por los medios y la universidad, para ponerlo entre comillas y darle el aire de una impostura o de una superstición…" – (Roger Scruton, "De la urgencia de ser conservador.") 

Creo que podemos reconocer esos mecanismos en nuestro entorno, incluso, en algún momento, haber participado de ellos. Otra lacra paralela de nuestro presente es la también llamada “cultura de la cancelación”, porque a todo lo llamamos cultura de algo. Ese revisionismo histérico de todo, de la historia según unos principios no se sabe si morales, ideológicos o simplemente ridículos que lo mismo sirven para tirar una estatua que para renegar de Hume en su propia universidad. “Cancelación” que lleva a la proscripción del disidente, aunque su disidencia consista en poner en evidencia la desnudez del emperador. “Cultura” que amenaza con quemar todo lo que resulte “incómodo” a una nueva generación de blanditos analfabetos voluntarios, de zombis que viven de clichés fáciles de digerir y se expresan mediante trivialidades y banalizaciones. De gente que se vuelve capaz de coger la antorcha y por tanto se vuelve peligrosa, como apuntaba Weil. 

Para terminar, alguien comentó que siempre hubo analfabetos, pero nunca habían salido de la universidad.

11 septiembre 2020

Normalidad anormal.





Terminará este atípico verano, volverán sudorosos escolares a sus pupitres, eso sí, enmascarados y con botes de gel desinfectante en los bolsillos, pero no escucharán los griteríos de siempre. O, al menos, no deberían porque la pandemia y tal, ustedes ya se imaginan, en boca cerrada no entran virus.

Y aquí estoy de nuevo, para compartir con ustedes la estupefacción que la realidad, o parte de ella, provoca en mí. O no, o para contarles cosas que me han conmovido, o despertado o lo que sea. Total que empieza de nuevo la aventura.

Decía Enrique G. M. en las redes: “Sueño con un párroco que dé al menos la mitad de instrucciones para la salud del alma como dan para prevenir el coronavirus”. Y es que uno de los peligros que enfrentamos es quedarnos en una obsesión enfermiza por no enfermar, hasta el punto de perder de vista lo fundamental. O haber bajado el tono y convertir el discurso profético en una lista de instrucciones para estar bien. Hace bastantes años recibimos al obispo en visita pastoral en una parroquia de la sierra. En la charla con los feligreses una catequista contaba que ella iba a la oración que organizaban semanalmente en la capilla las hermanas de la Consolación “porque la llenaba de paz y tranquilidad”. Y recuerdo la mirada estupefacta de las hermanas, en plan “pero ésta no se entera de nada”, cosa que me sorprendió en ese momento. Pero es que, si el oficio profético se dedica a tranquilizar conciencias y provocar paz interior, a lo mejor te tienes que apuntar a un taller de biodanza o yoga tántrico, en vez de acercarte a la Palabra. Eso les encanta organizarlo a los ayuntamientos, así que ya lo tienes pagado.

El extremo contrario también es terrible, el sermón culpabilizador. Ese que empieza recordándote que tú estás en tu casa tan tranquilo mientras en Eritrea se mueren de hambre, que lo que a ti te sobra es que le falta a alguien, que eres un insolidario y que los pobres lo son, de alguna manera por tu culpa, que si respiras de más estás acelerando el cambio climático y que tendrías que dedicarte a ser buena persona porque es lo que Dios quiere, que te dejes de otras zarandajas y rosarios.

¿Cuándo perdimos el norte? Lo ignoro. Lo cierto es que tras la recuperación de eso que llaman “nueva normalidad”, porque llamarlo “normalidad anormal” sonaba a retruécano, muchos fieles se han quedado en casa. Unos por razones fundadas, edad, estado de salud, etc. Otros porque el confinamiento les ha arrebatado la pátina de cristianismo cultural que les llevaba a la mínima práctica de fe. Lo ha reconocido el cardenal Hollerich. Alguien me dijo mientras entraba a la sacristía “creo que mucha gente no ha vuelto”, un padre me comentaba que la hija prefería ver la misa por televisión, le sugerí que, cuando tuviera hambre, le pusiera canal cocina. 

Por un lado, es parte del proceso descristianizador que decía el cardenal, han apagado la última y vacilante luz que les quedaba, por otro podemos pensar que estamos los que somos porque antes no estábamos lo que realmente éramos. Y aunque parezca una victoria del tentador, puede salirle mal, veremos.
Anormal vs Normal | Escueladevida10's Blog
Y ya que lo menciono, una perla de sabiduría que recordaba G. Luri: “Los jecides de Persia, que tenían una profunda visión política de la vida, jamás maldijeron al diablo, fuera cual fuera su infortunio personal o colectivo, porque no descartaban que el día menos pensado se reconciliase con Dios.”

05 agosto 2020

Populismo moral oportunista.

Este artículo lo escribí el 6 de marzo de 2020 y miren ustedes por dónde han ido las cosas despues:

Dentro de los capítulos de un hipotético libro titulado con toda socarronería “El Ser Humano es Maravilloso”, seguimos con la parte de “¿hemos dicho ya que vamos a morir todos?”. Lo digo porque lo del coronavirus evoluciona hacia convertirse en el nuevo apocalipsis inmediato. De repente el apocalipsis climático ha pasado a un segundo plano ante la posibilidad de que el virus no nos deje llegar vivos a él. Supongo que Greta debe estar muy enfadada mientras pasea por grandes despachos entrevistándose con altos cargos para hacer lo que sea que haga, llorar, gritar o patalear, porque experta en algo más no se sabe que sea, dado que abandonó la secundaria ¿obligatoria? sin acabarla ni estudiar otra cosa.
Que te laves bien las manos, que no le tosas a la gente, que mascarillas no o según, que no te mezcles con grandes concentraciones de personas, que si en Italia han cerrado colegios, universidades y hasta iglesias… Y mientras, aquí esperamos que todo se resuelva sin que nos afecte demasiado, sin hacer grandes cambios. El tiempo dirá quién tiene razón… (a estas alturas ya sabemos lo que pasó) si sobrevivimos. Luego está esa especie de “populismo moral oportunista”, esa actitud por la que ante una crisis concreta, hay quien tiene la necesidad de compararla con otras crisis con las que no hace ninguna relación salvo en su cabecita concienciada: “pues más mujeres mata la violencia machista que el coronavirus”, ésta es la primera que leí. Luego están las sucesivas comparaciones con: el hambre, el sarampión en el Congo, la gripe común, los accidentes de tráfico, el suicidio y lo que a ustedes les plazca. Es esa demagogia facilona de “ese dinero que te has gastado en pintar la puerta podría alimentar a cien niños en África”. Porque, aunque era de noche, sin embargo, llovía.
No me digan que no hay algo de justicia poética en el “escrache” al vicepresidente de sí mismo en el mismo lugar dónde él se los organizaba a los demás. Aquello de tomar de la propia medicina. Ese patético intento de razonar con los irracionales que él mismo preparó para que fueran exactamente así, intolerantemente irracionales. Igual pensaba que siendo buena persona y además vegetariano, el tigre que educó para devorar a los demás no le iba a devorar a él. Cosa aparte es que haya seguido punto por punto haciendo todo lo que criticó ácidamente en sus orígenes, la gente cambia.
En esa línea de la intolerancia irracional, estos días asistí, por enésima vez, al típico debate de “eso no era verdadero comunismo”, con el objetivo de defender que el comunismo funciona. La situación era la siguiente, una señora comenta la charla ideológica de Operación Triunfo sobre el “feminismo anticapitalista” (ya es que en TVE no se cortan nada) explicando que para eso necesitan prescindir de todos esos bienes de consumo que atesoran, maquillajes, bolsos, complementos de lujo, etc. A lo que entra el adolescente anticapitalista de guardia diciendo que qué tendrá que ver, que si sabe lo que es el comunismo, que si ha leído algún libro alguna vez y esas cosas de superioridad intelectual tan propios. Respuesta: nací en Rusia y viví allí hasta los dieciséis años. El adolescente insiste: es que actualmente no hay ningún país verdaderamente comunista, léete el manifiesto comunista y hablamos. Respuesta: lo leí a los catorce, entraba en el examen de historia contemporánea. Luego llegan otros a insistir lo bien que funcionaba la URSS porque, claro, ante una buena fantasía ideológica que tendrá que ver la experiencia de haberla vivido realmente, que la realidad no te estropee el argumento. Estoy casi seguro de que, a pesar de la evidencia aportada por esta señora, han seguido pensando que no, que si en su cabeza funciona, debe funcionar en la realidad.

Las AMPAs de muchos colegios secundaron la consigna de que facilitar la elección de centro educativo a los padres perjudica, no se sabe porqué aún, a la enseñanza pública. En Huelva, ante la pintada en la fachada de un colegio concertado por parte de los intolerantes de guardia, ha sido conocida la respuesta de un profesor cansado de tanta propaganda contra la educación concertada. Les extracto una frase: “Lo que nunca haremos es proponer a nuestros niños y niñas ir a pintar una pared cuando nadie los ve, o a no dar la cara y esconderse tras estúpidas proclamas sin base demostrable. Estoy cansado que se nos juzgue y se nos condene, cuando lo único que hacemos es trabajar más horas, con más niños, por menos dinero y obtener mejores resultados con menos medios.” Igual es eso lo que les molesta tanto.

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