«Cuando considero la breve duración de mi vida, absorbida en
la eternidad que la precede y la que la sigue, el pequeño espacio que lleno y
cuando, por lo demás, me veo abismado en la infinita inmensidad de los espacios
que ignoro y que me ignoran, me aterro y me asombro de verme aquí antes que
allá, ya que no hay razón para esté aquí antes que allá, para exista ahora más
que entonces. ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden de quién me han sido
destinados este lugar y este tiempo? El silencio eterno de los espacios
infinitos me aterra, ¡cuántos reinos nos ignoran!». Reflexionaba Blas Pascal,
el matemático, físico, filósofo cristiano y escritor.
Me ha parecido sugerente la cita cuando nos enfrentamos en
estos días de la octava de pascua al abismo misterioso de la resurrección de
Cristo. No sé ustedes pero cada vez que llega este tiempo uno tiene la
oportunidad de reflexionar más profundamente y ahondar en el intento de
comprender un poco mejor el Misterio. Y siempre acaba, indefectiblemente, por
llegar la misma conclusión: “Tu mar es grande Señor, y la barca de mi vida y mi entendimiento muy pequeña”. Y así anda
uno en el dilema de si confiar y remar mar adentro o buscar playa segura lejos
de la aventura de la fe, enterrando el don y apagando la llama que el encuentro
con el resucitado enciende en el corazón.
El caso es que la respuesta al dilema puede parecer fácil y
no lo es. Lo fácil es saber la
respuesta, lo complicado, lo comprometedor es vivir la respuesta, es elegir el camino y andarlo, es afrontar el
oleaje y el viento contrario o, si es el caso contrario, vivir con la
conciencia de la total falta de sentido de una vida que ha perdido su propósito
y ha renunciado al riesgo y la confianza, que se ha encerrado en lo conocido,
en lo habitual y en lo que todos aprueban como seguro y confortable. Así que, perdonen la impertinencia, pero no es
lo mismo saber el camino que recorrer el camino, porque no es lo mismo ser
espectador en la vida, siempre dispuesto a juzgar la vida de los otros que ser
actor y vivir con el arrojo del resucitado en el compromiso y el esfuerzo que
lleva a correr riesgos, a dar la cara, a buscar la verdad.
¿Qué quiero decir? Que ya está bien de vivir buscando
seguridades, sin abandonar la tan manida zona de confort, de vivir la semana
santa a la carta, instalados en lo estético y guardando el traje el domingo de
pascua hasta el año que viene. De salir corriendo de Jerusalén el domingo por
la tarde sin pensárselo dos veces y creyendo que hemos hecho lo correcto porque
nos huele el vestido a incienso y cera,
o la camiseta a sudor. Que ya está bien de confundir fe con sentimentalismo
facilón y sentido de la transcendencia con gusto por la estética barroca.
Vamos que sí el domingo de pascua tú no estás estupefacto
contemplando la tumba vacía, si no te arde el corazón escuchando como la
escritura te explica incansablemente lo que ha pasado, si no eres capaz de caer
de rodillas ante el gesto del pan partido, entonces esta semana ha sido una
inmensa pérdida de tiempo en la que te lo has pasado de fábula, eso sí.
He leído por ahí un comentario socarrón pero creo que
acertado que decía tal que así: Llega la semana santa y aparecen las nubes de
lluvia, así que, cofrades, Dios existe y lo tenéis hasta las narices. Dicho sea
con ánimo jocoso.
Feliz octava de pascua.