Este artículo lo escribí el 6 de marzo de 2020 y miren ustedes por dónde han ido las cosas despues:
Que te laves bien las manos, que no le tosas a la gente, que mascarillas no o según, que no te mezcles con grandes concentraciones de personas, que si en Italia han cerrado colegios, universidades y hasta iglesias… Y mientras, aquí esperamos que todo se resuelva sin que nos afecte demasiado, sin hacer grandes cambios. El tiempo dirá quién tiene razón… (a estas alturas ya sabemos lo que pasó) si sobrevivimos. Luego está esa especie de “populismo moral oportunista”, esa actitud por la que ante una crisis concreta, hay quien tiene la necesidad de compararla con otras crisis con las que no hace ninguna relación salvo en su cabecita concienciada: “pues más mujeres mata la violencia machista que el coronavirus”, ésta es la primera que leí. Luego están las sucesivas comparaciones con: el hambre, el sarampión en el Congo, la gripe común, los accidentes de tráfico, el suicidio y lo que a ustedes les plazca. Es esa demagogia facilona de “ese dinero que te has gastado en pintar la puerta podría alimentar a cien niños en África”. Porque, aunque era de noche, sin embargo, llovía.
No me digan que no hay algo de justicia poética en el “escrache” al vicepresidente de sí mismo en el mismo lugar dónde él se los organizaba a los demás. Aquello de tomar de la propia medicina. Ese patético intento de razonar con los irracionales que él mismo preparó para que fueran exactamente así, intolerantemente irracionales. Igual pensaba que siendo buena persona y además vegetariano, el tigre que educó para devorar a los demás no le iba a devorar a él. Cosa aparte es que haya seguido punto por punto haciendo todo lo que criticó ácidamente en sus orígenes, la gente cambia.
En esa línea de la intolerancia irracional, estos días asistí, por enésima vez, al típico debate de “eso no era verdadero comunismo”, con el objetivo de defender que el comunismo funciona. La situación era la siguiente, una señora comenta la charla ideológica de Operación Triunfo sobre el “feminismo anticapitalista” (ya es que en TVE no se cortan nada) explicando que para eso necesitan prescindir de todos esos bienes de consumo que atesoran, maquillajes, bolsos, complementos de lujo, etc. A lo que entra el adolescente anticapitalista de guardia diciendo que qué tendrá que ver, que si sabe lo que es el comunismo, que si ha leído algún libro alguna vez y esas cosas de superioridad intelectual tan propios. Respuesta: nací en Rusia y viví allí hasta los dieciséis años. El adolescente insiste: es que actualmente no hay ningún país verdaderamente comunista, léete el manifiesto comunista y hablamos. Respuesta: lo leí a los catorce, entraba en el examen de historia contemporánea. Luego llegan otros a insistir lo bien que funcionaba la URSS porque, claro, ante una buena fantasía ideológica que tendrá que ver la experiencia de haberla vivido realmente, que la realidad no te estropee el argumento. Estoy casi seguro de que, a pesar de la evidencia aportada por esta señora, han seguido pensando que no, que si en su cabeza funciona, debe funcionar en la realidad.
Las AMPAs de muchos colegios secundaron la consigna de que facilitar la elección de centro educativo a los padres perjudica, no se sabe porqué aún, a la enseñanza pública. En Huelva, ante la pintada en la fachada de un colegio concertado por parte de los intolerantes de guardia, ha sido conocida la respuesta de un profesor cansado de tanta propaganda contra la educación concertada. Les extracto una frase: “Lo que nunca haremos es proponer a nuestros niños y niñas ir a pintar una pared cuando nadie los ve, o a no dar la cara y esconderse tras estúpidas proclamas sin base demostrable. Estoy cansado que se nos juzgue y se nos condene, cuando lo único que hacemos es trabajar más horas, con más niños, por menos dinero y obtener mejores resultados con menos medios.” Igual es eso lo que les molesta tanto.
Buena reflexión. Muy acertada
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