11 diciembre 2015

Mundo rico y estúpido



Se acerca la fecha de las elecciones generales en nuestro país y como presupongo el hartazgo que tal tema siembra en la audiencia, no voy a insistir en el asunto. En lo único que me gustaría detenerme es en algo que resulta preocupante, el exceso emocional en las militancias y el defecto de racionalidad en el análisis que se percibe entre unos y otros. Demasiada gente parece apoyar a un partido como apoya a un equipo de futbol, incondicionalmente y haga lo que haga o prometa lo que prometa. Si el político de turno dice lo que quiere oír, ni se pregunta cómo lo va hacer ni cómo lo va a pagar, simplemente cree que si lo dice con convicción debe ser que se puede y los malvados contrarios no quieren hacerlo. Luego está el problema añadido de si se atreverá con algunos temas que son ciertamente delicados, pero dejemos la campaña para luego.
Aunque ya que hablamos de irracionalidad y tal, según publica el periódico ABC, un ciudadano de Manhattan ha acudido a los tribunales para exigir que el Metropolitan Museum, el museo más visitado de Nueva York, retire de sus muros los cuadros «racistas» que presentan a un Jesús rubio y de piel pálida. En su demanda, según publica «The New York Post», da ejemplos concretos, como «La Sagrada Familia con ángeles», de Sebastiano Ricci; «La resurrección», de Perugino; «El milagro de los panes y los peces», de Tintoretto; o «La crucifixión», de Granacci. La situación, dice, le provocó «estrés personal» y definió la pertenencia de estos cuadros a la colección del museo como «un caso extremo de discriminación». Si la demanda sorprende por lo absurdo, no es menos sorprendente que la dirección del museo la haya considerado seriamente y haya intentado explicárselo, infructuosamente, al demandante al que le queda una larga batalla legal contra todos los museos del mundo. Alguien debería regalarle a este caballero el disco de Antonio Machín para que al menos se consuele mientras entra y sale del juzgado.
El pasado tres de diciembre falleció Scott Weiland, una de las figuras más importantes del rock de la segunda mitad del siglo XX, por lo visto, tenía sólo 48 años y lo normal es que aparezcan panegíricos glosando su figura y aportación artística. Su viuda y sus dos hijos de 15 y 13 años, han publicado una carta recordando que ellos lo habían perdido mucho antes por su adicción a las drogas y el alcohol, entre otras conductas autodestructivas que lo habían alejado de su familia. En dicha carta su viuda dice que “todavía hay esperanzas para otros. Elijamos que esta sea la primera vez en que no glorificamos su tragedia con palabrerío sobre el rock and roll y los demonios que, de paso, no tienen por qué venir con la música.” Todos recordamos lo que nos gusta elogiar a figuras así pero que más allá de las apariencias eran sufrimiento para sí y los suyos. No hay nada de admirable en eso y haremos bien en acoger con prudencia las elegías que se les dedican.
En el lado contrario Ingry, de 14 años, hija de uno de los cristianos coptos que vimos al Daesh asesinar en la orilla del mar hace sólo unos meses, responde a la pregunta: ¿Qué has aprendido del testimonio de tu padre? Dice: Quiero que sepan que estoy orgullosa de mi padre. No solo por mí o por mi familia, sino porque ha honrado a toda la Iglesia. Estamos muy orgullosos porque no renegó de su fe y eso es algo maravilloso. Además, nosotros rezamos por los asesinos que mataron a mi padre y a sus compañeros, para que se conviertan.
Dos mundos, uno de ellos lleno de esperanza, el otro es simplemente rico y estúpido.

03 diciembre 2015

Qué narices, es adviento



Lo divertido de las precampañas electorales resulta ser que de hecho y sin carteles pegados en las paredes, son auténticas campañas electorales. Los que se postulan candidatos a administrar la polis que pagamos y componemos entre todos, se exponen mediáticamente y, a veces, hasta se sobreexponen, y ya se sabe lo que pasa con las sobreexposiciones que del moreno a la quemadura hay un paso muy breve.
La verdad es que se pueden sacar varias conclusiones de lo que se ve y se oye y les prometo que no hago esfuerzos por enterarme de lo que dicen unos y otros. Una conclusión que uno saca del ruido mediático es que los partidos están dispuestos a prometer lo que sea. A moderar su discurso hasta la contradicción más flagrante, a radicalizarlo en los aspectos que exciten ese castizo autoodio español y así arañar el famoso voto del indignado que junto con el voto del envidioso y el miedoso es característico del paisanaje patrio. Se escuchan las mismas promesas de veces anteriores, les falta añadir “ahora en serio” para hacerse creíbles. Se venden unicornios y rentas universales, garantías de derechos de todo tipo, reales o imaginarios. Se machaca al discrepante de las propias filas, que no es el momento de disentir, y se eleva el nivel de sensibilidad a la corrección política de todo lo que haya de ser expuesto al público. Y así vamos a estar, por lo menos hasta el veintiuno de diciembre, hagan estómago.
Otra conclusión a la que uno llega se puede resumir en una frase: “pero de dónde sale esta gente, ¿es que no hay alguien más cualificado para gestionar lo público?”. Porque da la impresión y probablemente sea una exageración y error mío, que hay una colección de profesionales de lo público cuyo único currículo es haber hecho carrera en ello pisando para llegar alto sin saber hacer mucho más. Gente que defiende el cargo con uñas y dientes porque fuera hace un frío que pela. Ya digo, probablemente es una percepción equivocada, un sesgo cognitivo que me lleva a no valorar suficientemente a todos los voluntariosos ciudadanos que honesta y entregadamente se esfuerzan por hacer de la política el arte de mejorar la convivencia, cuidar los derechos de todos y administrar los bienes comunes con sensatez y honradez. Ojalá sean estos últimos los que se ocupen de lo que importa, Dios lo quiera.
¡Pero qué narices!, es adviento, es tiempo de grandes esperanzas, ¿por qué no incluir ésta entre ellas? Esperamos lo imposible, lo humanamente irrealizable, porque lo esperamos de Dios para quien nada hay imposible, ni siquiera que la corruptible debilidad de lo humano contuviera la infinitud y eternidad del Hijo.
Esperamos salvación mientras demasiadas veces elegimos caminos de perdición y abandono, esperamos consuelo mientras nos herimos mutuamente con toda clase de absurdas violencias, esperamos felicidad mientras creemos poder comprar cualquier sucedáneo que nos distraiga, esperamos vida mientras cada minuto nos acerca a la muerte, esperamos misericordia mientras tratamos inmisercordemente a los más débiles. Es precisamente en medio de esas contradicciones que viene el esperado de los siglos que cantaba el poeta. Para hacer posible lo que nosotros hacemos imposible con nuestras acciones y omisiones. Para sembrar la misericordia en el corazón ajado y reseco, para hacer brotar manantiales en el desierto, arroyos en el sequedal, humanidad reconciliada en nuestra pobreza interior. Sí, en este caso adviento es esperar lo imposible y contemplar lo inaudito. A pesar de todo.
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