24 agosto 2015

Verano y tentaciones.

Hoy amanece nuboso y de repente uno tiene la sensación de que no digo septiembre, octubre es el que está a la vuelta de la esquina. A pesar de que tiene que hacer calor todavía y tal y que quedan fiestas por venir para despedir la estación.
Cuando en la mañana enciendo la radio para amenizar el aseo matutino a veces tengo la tentación de saltar de la ducha y apagarla para evitar aguantar la "doctas" opiniones de los "todólogos" de guardia, no es ninguna novedad.
Esa increíble capacidad para el análisis de cualquier cosa que les echen, ya sea la economía griega, el terrorismo islamista, las leyes educativas, el misterio de la Santísima Trinidad o la fórmula del pollo con arroz, siempre me sorprende. Y me sorprende la falta de humildad de quienes son profesionales del tema, del debate y la tertulia, quiero decir. No me sorprende en la conversación de barra de bar en la que todo el mundo sabe de todo y afirma la estupidez más sangrante con la absoluta seguridad de que lo ha dicho la tele o "todos son iguales" (menos el interviniente que es un espabilado).
En este punto es cuando uno empieza a entender a los que prefieren vivir anestesiados con el fútbol o con la telebasura que entretiene mientras mata los restos de inteligencia que pudieran quedar. Al fin y al cabo parece que intentar conocer y comprender lo que pasa sólo trae sufrimiento.
Y llegado a este punto recuerdo que una de las grandes tentaciones que asaltan al hombre es la tentación de la tristeza, y encuentro este texto:
El demonio aprovecha la tristeza para tentar a los buenos, intentando hacer que estén tristes en la virtud, igual que intenta que los malos se alegren de sus pecados. Del mismo modo que sólo puede tentarnos para que hagamos el mal consiguiendo que ese mal parezca atractivo, solo puede tentarnos para que nos apartemos del bien consiguiendo que ese bien carezca de atractivo. Le encanta vernos tristes y desesperanzados, porque él está triste y desesperanzado por toda la eternidad y querría que todo el mundo fuese como él”.
San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota

Y punto que a buen entendedor con pocas palabras bastan.
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