19 octubre 2017

Tiempo de traidores

Pensaba empezar diciendo que es tiempo de traidores, pero me parecía una exageración tal vez. O tal vez no. El asunto catalán que tantos días de discusión y debate nos lleva dando, tiene un futuro oscuro. Y en ese asunto pululan los traidores, los oportunistas y los sujetos sin escrúpulos. Visto en la distancia y sin todos los datos posibles, me recuerda los años duros del país vasco. Cuando Herri Batasuna todavía campaba a sus anchas y hacía de portavoz político de la banda de asesinos de ETA. En su propaganda electoral pintaban un futuro de color de rosa, había arco iris todos los días, la gente paseaba en bicicleta y sonreían y se abrazaban en su futuro independiente sin españoles cerca que les provocaran incomodidad alguna y les obligaran a matarlos por no aceptar su gobierno totalitario. Salvando las distancias, la guerra de la comunicación, la guerra de las mentiras descaradas del nacionalismo consiste en eso. Todo es festivo y alegre, quieren construir el paraíso y hay que ser un malvado español fascista para oponerse. Es lo que venden en los medios que el nacionalismo controla, todos sonríen mientras te golpean con la estelada, te insultan o te menosprecian. Y si tomas, como gobierno responsable, como estado, cualquier medida legal contra su traición, apelan al diálogo llamándote intolerante, ellos que no toleran a nadie que no les dé la razón.
Siempre hay uno... por lo menos.
No sé si ya les comenté una frase del filósofo Fernando Savater en los duros años noventa cuando los nacionalistas vascos apelaban también al diálogo. Decía Savater que los nacionalistas están siempre dispuestos a dialogar con todo el mundo para que les den la razón. Y no hay más. Con estos es exactamente lo mismo, no consideran posible dar ni un paso atrás por muy ilegal e inmoral que sea su posición, diálogo para consolidar sus exigencias. Y pobre España si alguien cede a esa trampa saducea. No conviene olvidar que el nacionalismo se hace portavoz de una entidad imaginaria saturada de contenidos emocionales, explota los recursos de la identidad afectiva hasta el extremo, con lo que un debate racional es imposible. Y ya sabemos o deberíamos saber los desastres que este fenómeno produjo a lo largo del siglo XX, los millones de muertos que los nacionalismos provocaron por todo el mundo. Ante esta crisis, otra cosa que se está dejando claro es con quien está cada uno.
La izquierda que siempre presumió de internacionalista, perdida en la ausencia de ideas y principios, ha optado por ponerse de perfil cuando no apoyar a los traidores en mayor o menor grado. Si hablamos de la extrema izquierda de Unidos Podemos ya da vergüenza contemplar como asocian su odio a todo lo que no sean ellos con el odio nacionalista, ahí son hermanos sin cabeza.
La Iglesia catalana, o parte de ella, se está haciendo el hara-kiri (¿se dice así?) desde hace tiempo y ahora más al sumarse a un nacionalismo incompatible con el Evangelio por más vueltas que le den. El mencionado Savater decía recientemente respecto a la posición de los pensadores: "Los intelectuales somos como las putas: vivimos de gustarle a la gente". A su entender, “hay una cobardía generalizada en España, también entre los intelectuales”, que hace a los eruditos “arrastrarse” con tal de no perder adeptos. “Esa es la enfermedad que los intelectuales han desarrollado en este país”. Respecto al nacionalismo y respecto a otros temas que están en el candelero, todo hay que decirlo.

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