22 septiembre 2017

De la educación y la poseducación

Estaba repasando unas notas que tenía por ahí guardadas sobre educación, enseñanza y similares y, mira tú por donde, resulta que estamos empezando el nuevo curso escolar. Hay un libro, escrito por Alberto Royo, guitarrista clásico y profesor de música en secundaria, llamado “La sociedad gaseosa”, pueden buscar la sinopsis en internet que seguro que les anima a leerlo si tienen relación, aunque sea tangencial, con el mundo educativo. En una entrevista en el diario ABC el autor decía cosas como las siguientes:
“—Hay una desconfianza generalizada entre todas las partes que intervienen en este proceso tan amplio que se llama educación. Los padres desconfían en los profesores, la sociedad desconfía de los profesores, los profesores desconfían de los padres, los políticos y los profesores desconfiamos los unos de los otros… Pero si no nos ocupamos cada uno de nuestra parcela, si no somos capaces de confiar en que el otro va a hacer bien la suya, al final esto acaba siendo un batiburrillo un poco histérico en el que los que salen perdiendo son los chavales. Vuelvo a las convicciones: sin esfuerzo no se aprende; esforzarse no es sufrir; hay que conservar lo que es valioso e innovar a partir de lo que conocemos, basándonos en la evidencia y en la experiencia; el fin de la escuela no puede ser la felicidad sino el conocimiento porque unos padres pueden hacer lo posible por proporcionar felicidad a sus hijos (y ni siquiera esto garantiza que lo sean), pero en la escuela deben aprender lo que los padres, por motivos obvios, no pueden enseñarles. La motivación la impulsa el conocimiento y no al contrario; es imprescindible disponer de ciertos hábitos para progresar; el alumno más capaz necesita esforzarse menos, pero aquel que tenga dificultades, pero interés por mejorar ha de recibir todo el apoyo que requiera; es imposible adquirir pensamiento crítico sin antes adquirir conocimientos, pues el pensamiento acrítico no es pensamiento; una persona que no sabe nada no puede ser auténticamente creativa; etc. Si no estamos de acuerdo en aspectos tan esenciales, tenemos un problema. (…) Hay padres que piensan que preocuparse por los hijos es hacerlo solo por su bienestar. Es obvio que ningún profesor quiere que su alumno se sienta mal en clase, pero la responsabilidad del profesor es enseñarle. Doy por hecho que a mis hijos les tienen que tratar bien en su colegio, pero lo que quiero es que en la escuela aprendan aquello que yo no les voy a poder enseñar. Decir que a la escuela se va a aprender antes que a ser feliz es, en realidad, una defensa de lo obvio.”
En otro momento de la entrevista afirma que “estamos en la era de la posverdad, pero también de la poseducación, de la educación entendida como espectáculo. Hay que decir alto y claro que no es posible aprender sin pagar un precio, pero este precio es mucho menor que el de quienes comercian con la educación: me refiero al interés, a la disposición y a la voluntad. Nada de esto es incompatible con poder disfrutar del aprendizaje. Ni excluye, todo lo contrario, que el profesor dispense a sus alumnos un trato cercano y afectuoso, precisamente porque el profesor que considera que sus alumnos merecen ser personas cultas y formadas es el que más aprecio demuestra por ellos.” No son pocas las voces que nos advierten del daño que el constructivismo ha hecho en la pedagogía y cuántos gurús pedagógicos y políticos sin escrúpulos pululan en el ambiente arrasando con generaciones de estudiantes por intereses espurios, haríamos bien en escuchar esas voces antes que el daño sea irreversible.

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