Es posible que esté en esa parte de mi existencia en que
algo en mi me invita a volverme eremita, a ir a algún lugar desierto, y huir de todo y de la mayoría de todos.
Decía Jean Paul Sartre que el “infierno son los otros” y yo llevo dándole la
razón desde que leí la frase y estudié un poco de su pensamiento, con el que no
estoy obviamente de acuerdo pero que resulta muy revelador según se lo
interprete. Bueno, no hay peligro de que
me vaya a ningún sitio, al menos de momento, necesito de la compañía y cercanía
ajena tanto como para sobreponerme al infierno mentado de la relación compleja
y complicada que supone la vida diaria. Es más, soy consciente de que muchos de
esos otros que pueblan mi personal e intraterreno infierno son mi
responsabilidad, me han sido encomendados y no puedo huir de la tarea puesta en
mis manos respecto a ellos.
Pero a veces duelen los errores, las desconfianzas, los
fracasos, las tareas empezadas y nunca acabadas, las comparaciones con otros, los
silencios y el contar contigo mientras te necesito y luego si te conozco de
algo no sé de qué. Duele que todo lo hecho con tiempo, esmero y cuidado pueda
ser demolido por una palabra torpe o que la confianza construida desaparezca
como por ensalmo en cualquier momento por una noticia de la televisión o
cualquier habladuría ajena.
Y lo normal es que me pregunte dónde está el
límite, si debo seguir o dejarlo, si cerrar la puerta o dejarla abierta y
seguir insistiendo. Y estas andaba yo otra vez cuando recordé algo que había
leído de Javier Vicens sobre las tentaciones que decía lo siguiente:
-¿Qué haré -se pregunta el diablo- para tentar al que anda
sufriendo?
Y entonces dice: “Je, je”. Y hace una lista de tentaciones para el
que anda sufriendo.
A. Le meteré en la cabeza que es el mejor sufriendo, que -a
pesar de ello- nadie lo valora suficientemente, que los demás son unos
quejicas, y otras cosas por el estilo.
B. Le haré considerar que, puesto que él
mismo está sufriendo, no tiene ninguna obligación de preocuparse por los demás.
C. Le enseñaré a maldecir a Dios y a buscar culpables y a añadir a sus
sufrimientos el resentimiento.
Y cómo no quiero dejar que el diablo triunfe me vuelvo a
acordar del relato de Dombrosky que cité hace algunos programas, lo que hace
auténtico y redentor al amor de Cristo es esa incondicionalidad desde la misma
cruz, y pienso si yo seré capaz de llegar a vivir una fracción de ese modo de
amar a los que son mi responsabilidad y mi infierno a la vez. Y me doy cuenta
de que si no hago incluso de los momentos más tediosos del día, momentos de
oración y reflexión, no podré ni intentarlo. Y en eso ando, tropezando con todo
y sin ser capaz de explicarlo, tentado a caer en la queja, la autocompasión o
el enfado. Y me acuerdo de Teresa de Calcuta y el mural de la casa para niños
de aquella ciudad que dice:
"Las personas son irrazonables, ilógicas y centradas
en sí mismas, ámalas de todas maneras.
Si haces el bien, te acusarán de tener
motivos egoístas, haz el bien de todas maneras.
Si tienes éxito ganarás falsos
y verdaderos enemigos, ten éxito de todas maneras.
El bien que hagas se
olvidará mañana, haz el bien de todas maneras.
La honestidad y la franqueza te
hacen vulnerable, se honesto y franco de todas maneras.
Lo que te tomó años en
construir puede ser destruido en una noche, construye de todas maneras.
La
gente de verdad necesita ayuda pero te podrían atacar si lo haces, ayúdales de
todas maneras.
Dale al mundo lo mejor que tienes y te golpearán en los dientes,
dale al mundo lo mejor que tienes de todas maneras."
Y pienso en su vida y su entrega y pido que pueda hacerlo así.
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