Ayer fue uno de esos jueves que relucían más que el sol y
que ya han pasado a la historia entre nosotros como festividad, aunque no su
solemnidad que celebraremos el domingo. El Corpus Christi, la solemnidad del
Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos invita a reflexionar sobre algunos aspectos
de nuestra fe y nuestra práctica de la misma.
Yo suelo explicar a los niños de comunión en alguna ocasión
en que están en la parroquia rodeados de todo el arte y el patrimonio que ésta
encierra que, a pesar de todo, lo más valioso que en ese momento se encuentra
allí para nosotros, lo que de verdad nos cambia la vida, es sin embargo, lo más
barato, lo que menos precio tiene. Ni el oro ni la plata, ni el terciopelo ni
las imágenes o el inmenso edificio que nos cobija, vale nada para nosotros al
lado de ese pequeño trozo de pan, apenas harina y agua, que contiene la
inmensidad de la misericordia de Dios hecha alimento para nuestras muchas
debilidades. Y es eso lo que, por encima de todo, nos debería fascinar cada vez
que nos acercamos al sagrario o al sacramento de la misa. Todo el boato y la
pompa con que rodeamos ese misterio del Amor más grande, no debería distraernos
de ese hecho, es más, debería conducirnos a su contemplación. Y no estoy muy
seguro si la acumulación de tradiciones lo consigue siempre, si no nos quedamos
asombrados por el marco sin ser capaz de apreciar el cuadro.
Por otra parte hay en la eucaristía una hermosa parábola de
la condición del creyente que no me resisto a compartir con ustedes. Dice el
Antiguo Testamento que los hebreos comieron el maná en el desierto. Se habían
quejado al Dios Yahvé, tenían hambre y protestaban por lo duro del camino de la
libertad, y la misericordia de Dios hizo llover maná, un pan que ellos no
habían trabajado y que alimentó su peregrinación por aquel terrible lugar.
Pero nosotros vivimos un tiempo nuevo, somos un pueblo de
adultos que han empezado la peregrinación por el nuevo desierto de nuestra
sociedad, así que no hay maná, nuestro viático, nuestro pan del camino, el
milagro de la Eucaristía no se da sin el esfuerzo del labrador que saca de la
tierra el trigo y la vid que luego transformará en el pan y el vino que
acogerán la presencia de Cristo. En el hoy de nuestra historia Dios se hace
presente contando con nuestro esfuerzo, con nuestro sudor, no es la respuesta a
nuestros lamentos o quejas, no es el milagro que resuelve la protesta por lo
duro que es ser libre, por lo duro que llegar a la tierra de promisión. O
ponemos lo que somos y tenemos con toda su pobreza o el milagro no será
posible.
Y creo que hay demasiado del aquel pueblo quejoso del Sinaí
en nuestra sociedad que exige al dios estado una respuesta paternalista que
resuelva los problemas y garantice la subsistencia, aunque sea una subsistencia
miserable que sacrifica la libertad y la madurez. Y no es a esto a lo que somos
llamados, no es así como se camina hacia el mundo nuevo, no hay alternativas al
desierto y la cruz. Por eso precisamente Jesús quiso quedarse hecho un mísero
trozo de pan, el alimento del pobre, del
que somos tú y yo.
Dejemos
este domingo que la fascinación del Amor más grande nos haga solidarios con los
desfavorecidos, nuestros hermanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios, ya sabes, la "netiquette" nos beneficia a todos, al igual que la ortografía, la sintaxis y la síntesis.
Perdón, los comentarios están sujetos a moderación...