El
tiempo pasa velozmente y nada más adecuado para tomar conciencia de ello que la
experiencia repetida cada viernes de enfrentar el vértigo de llenar tres
minutos de radio con algo que resulte mínimamente relevante para todos ustedes.
Cuando apenas se han extinguido las notas del último villancico, empezamos a
entonar el misere mei cuaresmal casi
sin intermedio, así ha resultado este año.
Creo que el primer recuerdo cuaresmal que uno tiene es el de
esos viernes de vigilia en que no se comía carne en casa, cosa que en esos días
se hacía escrupulosamente a diferencia de los días en que era algo casual.
Además de esa experiencia, yo albergo el recuerdo de haber encontrado, siendo
un colegial de pocos años, una hoja arrancada de una antigua enciclopedia
escolar en que se explicaba el sentido del miércoles de ceniza y el significado
de la frase proclamada ese día, “memento, homine, quia pulvis eris et in
pulverem reverteris” (acuérdate, hombre, que eras polvo y al polvo regresarás).
Es de esos recuerdos que se quedan en la memoria y causan impresión en una
mente infantil, a mí me dio qué pensar en esos tiempos en que casi todo lo que
me rodeaba e iba descubriendo, me provocaba un tremendo asombro.
Pero de nuevo llega la cuaresma, muchos años después y me planteo qué significa ahora, qué
oportunidad me brinda, qué desafío, que inquietud. Quisiera recuperar aquel
asombro, al menos la capacidad de enfrentarme al inmenso y terrible desierto
que evocan estos cuarenta días con la actitud adecuada, con la de quién entra
en él por primera vez, lleno de oscuros temores y, a la vez, de una confianza
casi inexplicable en lo que me invita a entrar en él.
Chesterton, en su libro “Ortodoxia”, hablando del asombro,
dice “Todos los hombres se han olvidado de quiénes son. Podemos entender el
cosmos, pero nunca el ego, porque el propio yo está más distante que las
estrellas. Podrás amar a tu Dios, pero no podrás conocerte. Bajo igual
calamidad nos doblamos todos: que hemos olvidado todos nuestros nombres, que
hemos olvidado quienes somos en realidad. Todo eso que llamamos sentido común,
racionalidad, sentido práctico y positivismo, sólo quiere decir que, para
ciertos aspectos muertos de la vida, olvidamos que hemos olvidado. Y todo lo
que se llama espíritu, arte o éxtasis, sólo significa que en horas terribles
somos capaces de recordar que hemos olvidado.”
Y tal vez por eso necesito, necesitamos el desierto, para
enfrentarnos a esas horas terribles que nos ayuden a recordar que hemos
olvidado, a volver a ser, aunque sólo sea por un instante, nosotros mismos en
estado de total asombro ante lo infinito, sin artificios ni distracciones. Sólo
así seré capaz de conocer cuál es la misión a la que he sido llamado y cuales
las debilidades que tendré que enfrentar.
El próximo miércoles comienza la cuaresma, y tengo la
oportunidad de dejarme llevar a ese lugar donde conviven los monstruos con la
más insólita belleza, donde se puede presentir lo eterno o perecer al miedo. Me
pregunto si confiaré lo suficiente como para atreverme a entrar o será otra
ocasión fallida.
Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris.
ResponderEliminar