22 junio 2011

Indignados, rebeldes y un chivo... expiatorio.

A lo largo de la historia de la humanidad el mejor amigo del hombre (y de la mujer, por supuesto) ha sido siempre el chivo... expiatorio. Hermoso constructo sobre el que cargar las culpas de todo. La culpa es siempre de otros o de otro. Visto así, por más flagrante que sea la pillada de la hayas sido objeto siempre puedes indignarte y ponerte del lado de las víctimas. En España hemos hecho no digo virtud de la necesidad, sino puro arte en cualquiera de sus variantes.
Sólo así se entiende que el parlamento español haya dicho que va a estudiar las propuestas de los "indignados". Como si fuera algo con pies y cabeza y no una sarta de incoherencias fruto más de la pasión y la ira que de un análisis sereno y constructivo que apunte a la salida de la situación. Como si ellos, los parlamentarios (unánimemente) se ponen tras la pancarta y así evitan ser el objeto de la indignación, claro, los pobres no tienen culpa de nada, ni la alegre disposición al gasto indiscriminado y absurdo de los gobiernos recientes ni la avaricia de los pasados. ¡Nosotros también estamos indignados! Parecen querer decir, pues nada, que los responsables deben ser otros.
Señoría, soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, no es culpa mía.
Bueno, bromas aparte, estoy de acuerdo con el análisis que he leído en La Vanguardia y del que les extracto algunos párrafos bastante iluminadores:

(...) Un acampado me lo resumió en otras palabras: “Nosotros no crearemos un partido político ni nada parecido, porque estamos construyendo una nueva realidad donde todo lo que tú defiendes ya no tendrá ningún sentido”. Esta ideología no es nueva, aunque algunos están convencidos de que sí. Lo que es nuevo es el formato en el que se presenta, mediante tecnologías de la comunicación que convierten todo receptor en emisor. La multitud –la masa que dirían Ortega y Gasset o Canetti– no tiene centro, ni portavoces estables, ni una dirección clara, sino que se limita a ocupar el espacio público, literalmente. Así lo hicieron con las plazas, en medio de la simpatía general. Cuando lo quisieron repetir con el Parlament, fueron víctimas de su propaganda emocional y de un cálculo táctico erróneo. Hay una palabra que sirve para denominar el poder de la masa: oclocracia. Como es evidente, todo esto no tiene nada de progresista, es pura nostalgia por un estadio primitivo de pureza ideal en que los individuos, en asamblea permanente, establecían un gobierno perfecto, liberados para siempre de los intereses oscuros de los poderosos.

Esta ideología antipolítica, antidemócrata, simplista, demagógica y populista existía antes de la crisis, siempre ha existido, adaptando su retórica a la moda de cada momento. Ahora, sin embargo, ha encontrado la gran ocasión para salir de la marginalidad y ofrecerse como la solución mágica a miles de personas que sufren de manera muy cruda y aguda los efectos de la recesión y el paro. Como todos los populistas, los vendedores de la oclocracia, los que habían leído a Negri y otros catecismos similares, los que llevaban décadas predicando desde grupúsculos sin audiencia, han salido a pescar en el malestar y, por primera vez, han encontrado gente normal que, desesperada y harta de la política oficial, les ha hecho un poco de caso y se ha sumado a la manifestación. La frustración vendrá pronto.
(...)
El resto, aquí, no se lo pierdan.
Y el bonus track del artículo de hoy es Jeanette:

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