Hubo una época en mi niñez en que pasábamos fines de semana y vacaciones en una casa de campo bastante apartada de cualquier pueblo. Rodeada de cabezos, era una antigua casa de labranza que, por no tener, no tenía agua corriente, luz eléctrica o tan siquiera cuarto de baño. Todo era improvisado, las duchas de cubo, el "camping gas" o el "petromán" de carburo de cuando mi padre trabajaba en la mina. Linternas cuyas pilas duraban demasiado poco o la lamparilla de aceite completaban la iluminación nocturna.
En las noches de verano nos sentábamos al fresco a cenar y echábamos el rato charlando a la luz de las estrellas y la luna. Había que bajar la intensidad del "camping gas" para que no atrajera demasiados bichos. Entonces mirabas al cielo y el espectáculo era impresionante. Una inmensa bóveda de estrellas entre las que jugábamos a descubrir algún "satélite artificial" que cruzaba el firmamento rápidamente. La Vía Láctea se podía vislumbrar entre las incontables estrellas. En invierno, con el aíre más claro, la visión era particularmente estremecedora.
Recuerdo que una noche subimos al "cabezo" que estaba detrás de la casa, los árboles estaban cortados o aún eran bajos (los consabidos eucaliptos). Cuando estábamos arriba mirar al cielo y sentir que no sólo las estrellas brillaban sobre mí, sino que parecían envolverme, me produjo esa sensación de indescriptible sobrecogimiento. Me sentí tan pequeño en comparación con tanta inmensidad que casi me eché a temblar. Algo parecido me ha pasado también en algunos amaneceres y atardeceres en medio del campo en que he podido disfrutar de la visión del los luceros matutino y vespertino a través de un cielo de una transparencia imposible.
Momentos en que he podido sentirme como transcendido. Momentos de transcendencia en que lo Otro se hace más cercano en su total lejanía.
Todo esto me lo ha recordado este vídeo y me lo suele recordar esta web.
En las noches de verano nos sentábamos al fresco a cenar y echábamos el rato charlando a la luz de las estrellas y la luna. Había que bajar la intensidad del "camping gas" para que no atrajera demasiados bichos. Entonces mirabas al cielo y el espectáculo era impresionante. Una inmensa bóveda de estrellas entre las que jugábamos a descubrir algún "satélite artificial" que cruzaba el firmamento rápidamente. La Vía Láctea se podía vislumbrar entre las incontables estrellas. En invierno, con el aíre más claro, la visión era particularmente estremecedora.
Recuerdo que una noche subimos al "cabezo" que estaba detrás de la casa, los árboles estaban cortados o aún eran bajos (los consabidos eucaliptos). Cuando estábamos arriba mirar al cielo y sentir que no sólo las estrellas brillaban sobre mí, sino que parecían envolverme, me produjo esa sensación de indescriptible sobrecogimiento. Me sentí tan pequeño en comparación con tanta inmensidad que casi me eché a temblar. Algo parecido me ha pasado también en algunos amaneceres y atardeceres en medio del campo en que he podido disfrutar de la visión del los luceros matutino y vespertino a través de un cielo de una transparencia imposible.
Momentos en que he podido sentirme como transcendido. Momentos de transcendencia en que lo Otro se hace más cercano en su total lejanía.
Todo esto me lo ha recordado este vídeo y me lo suele recordar esta web.
Vídeo vía fogonazos.com.
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