"Un interrogante sube incesantemente desde el corazón humano: Si existiera Dios, él no permitiría las guerras, las injusticias, la enfermedad, la opresión ni siquiera de un solo ser humano. Si Dios existiera, impediría al hombre hacer el mal.
En Calcuta, en el transcurso de dos visitas a una leprosería, realizadas con la Madre Teresa, he visto a un leproso levantar los brazos con lo que le quedaba de las manos y ponerse a cantar: «Dios no me ha castigado, le canto porque mi enfermedad ahora es una visita de Dios».
Es cierto que al lado suyo, otros leprosos gemían de dolor y desesperación. Pero éste había comprendido: el sufrimiento no viene de Dios, no es la consecuencia de una falta, Dios no es el autor del mal, él no manipula ni, mucho menos, atormenta la conciencia humana.
Cuando amamos a alguien con todas las fibras de nuestro ser, nuestro amor quiere dejar libre a ese ser amado para responder con un mismo amor, pero también libre para rechazarlo.
Así, Dios, amándonos con un amor que no puede describirse, nos deja libres para una opción radical: libres para amar, pero libres también para rechazar el amor, y para desechar a Dios; libres de difundir en el mundo un fermento de reconciliación, o un fermento de injusticia; libres para amar o para odiar; libres para irradiar la resplandeciente comunión en Cristo, pero también para arrancarnos de ella e incluso para destruir en otro la sed del Dios vivo. Nos deja hasta la libertad de rebelamos contra él.
Pero he aquí que dejándolo libre, Dios no asiste pasivamente a la pena del ser humano: Sufre con él. El nos visita hasta en el desierto de nuestros corazones, a través de Cristo que está en agonía por cada persona en la tierra."
Es cierto que al lado suyo, otros leprosos gemían de dolor y desesperación. Pero éste había comprendido: el sufrimiento no viene de Dios, no es la consecuencia de una falta, Dios no es el autor del mal, él no manipula ni, mucho menos, atormenta la conciencia humana.
Escuchando el canto del leproso, me parecía oír a Job, ese viejo creyente anterior a Cristo, saturado de pruebas. Job sabía que su inmenso dolor no era el castigo de una falta. El inocente desprovisto de destreza puede ser víctima tanto como el déspota o el tirano con un corazón de piedra. Y un día Job llega a decir como el leproso de Calcuta: en mis pruebas, Dios me busca, ahora sé que mi Redentor está vivo, y por eso mi corazón se consume en mí.
¿Pero por qué Dios no nos impide obrar el mal? Porque él no ha hecho del ser humano un autómata. Nos ha creado a su imagen, es decir, libres.Cuando amamos a alguien con todas las fibras de nuestro ser, nuestro amor quiere dejar libre a ese ser amado para responder con un mismo amor, pero también libre para rechazarlo.
Así, Dios, amándonos con un amor que no puede describirse, nos deja libres para una opción radical: libres para amar, pero libres también para rechazar el amor, y para desechar a Dios; libres de difundir en el mundo un fermento de reconciliación, o un fermento de injusticia; libres para amar o para odiar; libres para irradiar la resplandeciente comunión en Cristo, pero también para arrancarnos de ella e incluso para destruir en otro la sed del Dios vivo. Nos deja hasta la libertad de rebelamos contra él.
Pero he aquí que dejándolo libre, Dios no asiste pasivamente a la pena del ser humano: Sufre con él. El nos visita hasta en el desierto de nuestros corazones, a través de Cristo que está en agonía por cada persona en la tierra."
Hermano Roger de Taizé. 1976, Asombro de un amor.
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