14 abril 2011

La belleza del mundo (y II)

"(...) El alma solo busca el contacto con la belleza del mundo. Cuando el alma huye de algo, huye siempre del horror a la fealdad o del contacto con lo verdaderamente puro. Pues todo lo mediocre huye de la luz, y en todas las almas, excepto las que están próximas a la perfección, hay mucha mediocridad.

En las ocupaciones humanas, cualesquiera sean, nunca está ausente la preocupación por la belleza del mundo, aún cuando sea percibida en imágenes más o menos deformes.

La desgracia obliga a sentir con toda el alma la ausencia de finalidad. Porque la ausencia de finalidad, la ausencia de intención, es la esencia de la belleza del mundo, Jesús hizo observar cómo la lluvia y la luz del sol descienden sobre justos e injustos. Esto recuerda el grito supremo de Prometeo: "cielo por quien gira para todos la misma luz". Platón en el Timeo nos aconseja hacernos por la contemplación semejantes a la belleza del mundo, semejantes a la armonía de los movimientos circulares que hacen suceder y volver los días y las noches, los meses, las estaciones, los años. También en esos movimientos circulares, en su combinación, la ausencia de intención y de finalidad es manifiesta, y la belleza pura resplandece en ellos.

El universo es una patria porque puede ser amado por todos en virtud de su belleza. Es nuestra única patria aquí abajo. Este pensamiento es la esencia de la sabiduría estoica. En cierto sentido es demasiado difícil de amar, porque no la conocemos, pero en otro sentido es demasiado fácil de amar porque podemos imaginarla como nos plazca.

Aquí abajo nos sentimos extranjeros, desarraigados, en exilio. Como Ulises, a quien unos marineros habían transportado durante su sueño, despertaba en un país desconocido y deseaba Itaca con un deseo que desgarra el alma. De pronto Atenas le abre los ojos y se da cuenta de que está en Itaca. Así, todo hombre que desea infatigablemente su patria, todo hombre a quien no lo distraen en su deseo Calipso o las sirenas, percibe un día de pronto que está en su patria.

Siempre que un hombre se eleva a un grado de excelencia aparece en él algo impersonal, algo anónimo. Esto se manifiesta en las grandes obras de arte o del pensamiento, en las grandes acciones. Es pues verdadero en cierto sentido que hay que concebir a un dios impersonal, en el sentido en que supone el modelo divino de una persona que se rebasa a sí misma al renunciarse.

No hay contradicción entre el amor a la belleza del mundo y la compasión. Este amor no impide sufrir por uno mismo cuando se es desgraciado. Tampoco impide sufrir porque los otros sean desgraciados. Está en un plano distinto del plano del sufrimiento. El amor a la belleza del mundo lleva como amor secundario y subordinado a él el amor a todas las cosas verdaderamente preciosas que la mala suerte puede destruir. Excluir a seres humanos de la ciudad arrojándolos entre los desechos sociales es cortar todo lazo de poesía y de amor entre almas humanas y el universo. Es sumergirlos por la fuerza en el horror de la fealdad. Casi no hay crimen mayor. Todos participamos por complicidad en una cantidad casi innumerable de crímenes semejantes. Todos deberíamos, si lo comprendemos, derramar lágrimas de sangre."

Simone Weil.
(De Espera de Dios, Sudamericana, Buenos Aires, 1954)

Iba a comentar algún aspecto de lo que dice S. Weil en este texto, pero me he encontrado analizado el pensamiento filosófico citado e inherente en él y me he vuelto a sentir como un alumno de COU analizando un texto filosófico y, la verdad, me ha provocado cierto desconcierto, así que lamento no ofrecer más que esta hermosa reflexión así, en bruto, que la disfruten.

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