Aún a riesgo de seguir demasiado el mismo tema, no puedo evitar compartir con vosotros la reflexión del amigo Gregorio Luri en su blog sobre las "interferencias" de los padres en la vida de los hijos. Creo que él lo expresa bastante bien, yo sólo reafirmo mi expresión de ayer... ¡en manos de quién estamos! (negritas mías).
Voy a dejar el asunto del aborto de lado. Se supone (o supongo yo, ingenuo de mi) que si un padre o una madre deciden interferir en la vida de su hija (dejo de lado también el hecho de que vivir en familia es vivir en una continua interferencia) no es por amargarle la existencia, sino porque tienen algo que decirle. Porque, por ejemplo, tienen unos determinados valores (que no entro a juzgar) de acuerdo con los cuales guían su conducta familiar. Pero nuestro gobierno no solamente se considera plenamente legitimado para controlar las interferencias morales en el seno de una familia, sino que, por ello mismo, se autoerige en la única institución capacitada para interferir familiarmente. ¡Toma ya! Se autoconcede a sí mismo una dignidad moral superior, puesto que es capaz de discriminar entre las buenas y las malas interferencias. Con lo cual ZP parece estar convencido de que es su visión moral del mundo la única que puede salvarnos de nuestras retorcidas e hipócritas intenciones interfirientes.
Debemos estarle, por lo tanto, agradecidos.
¿Qué sería de nosotros sin este noble prócer?
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