16 abril 2016

El eterno retorno

El refranero español contiene la sabiduría popular acumulada por la experiencia de siglos, lo que nos ayuda a entender que todo lo que vivimos y nos parece nuevo, en realidad ya sucedió, de alguna manera, alguna vez. Como prueba están los refranes sobre el clima: lo mismo te dicen que “en febrero busca la sombra el perro”, para avisarte de una llegada temprana del buen tiempo, que te avisan de que “hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo”. Reflexionando sobre estas cosas me vino a la mente el mito del eterno retorno, la idea de que todo sucede una y otra vez en una cadena de causalidades de la que no es posible escapar. De repente me viene la pulsión de ponerme a explicar en plan profe de filosofía la idea clásica y moderna contenida en este mito, y no, la verdad. Pero me impacta esa variante recogida por Mircea Eliade sobre la pretensión de las religiones, entendidas como fenómeno antropológico, de la búsqueda de volver a una mítica edad de oro a través de un proceso que depende del comportamiento humano que haría posible el advenimiento de esa situación mítica mencionada. Y lo que me llama la atención es que esa pretensión parece vigente hoy más que en las religiones en los partidos políticos de nuevo cuño. Los que prometen la arcadia feliz, la sociedad sin clases, el estado ideal de felicidad permanente, algo que se conseguiría abrazando una ideología que se presenta como nueva (lo nuevo a sustituido a lo bueno en el imaginario popular) y que pretende abarcar la totalidad del pensamiento y comportamiento del individuo. El punto de “eterno retorno” de todo esto viene de que esto ya lo hemos vivido en las ideologías totalitarias
gestadas en el siglo XIX y paridas con sangre y exterminios masivos en el XX. La idea de que se puede intentar lo mismo con diferentes resultados es tan infantil como peligrosa, el mismo Friedrich Nietzsche plantea en la Gaya Ciencia que no sólo son los acontecimientos los que se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, vez tras vez, en una repetición infinita e incansable. Lo que nos ayudaría a entender cuál es la situación que estamos viviendo y cómo es posible que tantos propongan la recuperación de voluntarismos totalitarios demostradamente sanguinarios que se presentan como nuevos y como la solución a los problemas.
Visto todo esto lo fácil es caer en la melancolía, en el lamento del “no tenemos arreglo” y, si superas la ira, acabas cayendo en la tristeza o la desesperanza, y entiendes que Nietzsche acabara como acabó. Pero luego lees una glosa de Javier Vicens sobre Cervantes y se te pasa. La comparto con ustedes:
 Si la vida te ha maltratado -parece decir Cervantes- y conservas la sonrisa; si has fracasado y aún tienes el ingenio o el humor necesarios para celebrar los donaires; si la vida te ha mostrado cuanto de miserable hay en ti y en los otros pero no te ha amargado y aún puedes celebrarla con los amigos compadeciéndote de todos, entonces no te ha vencido; te ha convencido: te ha encandilado. Ciertamente el humor no cura las heridas del cuerpo pero, cuando es bueno, cura las del alma. Por supuesto, el sentido del humor no puede librarnos del hambre y del dolor pero puede librarnos de la amargura. Y, sobre todo, es cierto que -como le dice Sancho a su señor- la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Lo dice Sancho. Lo dice llorando pero no amargado. Porque ha aprendido de don Quijote que quien hoy ha sido vencido puede salir vencedor mañana. Murió Cervantes un 22 de abril de 1616. Al día siguiente murió Shakespeare. El español se despedía así de la vida y de los amigos: ¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!

04 abril 2016

Un relámpago en la noche de la historia



Tengo que reconocer que esta semana, en plena octava de Pascua, resulta complicado sustraerse a la perplejidad que provoca en quienes no viven anestesiados por la rutina y el tedio, la experiencia del sepulcro vacío. Tenemos experiencia de muchas cosas, pero con este extraño mesías que ha resultado ser Jesús de Nazaret todo de vuelve inesperado, inaudito, sorprendente y, en cierta medida, chocante. Nada resultó como esperaba la gente, como esperaríamos cualquiera de nosotros en realidad, ni la vida, ni la muerte ni lo que vino después. Lo que no sé es si a estas alturas hemos sacado las conclusiones adecuadas. Decía que tenemos experiencia de muchas cosas, del dolor, del gozo, de la tristeza y de la alegría, de la vida y de la muerte, pero lo de la resurrección nos coge a contrapié, eso no nos lo atrevimos a imaginar ni en nuestros sueños más locos. Así que, que aquellas mujeres volvieran diciendo que estaba vivo resultó tan sorprendente que necesitamos mucho tiempo para empezar a entender lo que había pasado y encajarlo en ese plan que parecía haber terminado en un gran fracaso. En definitiva eso de resucitar nunca había sucedido antes y nunca ha vuelto a darse y es normal que a los que viven cómodamente instalados en su fortaleza de escepticismo les cueste hacerse a la idea siquiera.



Pero para todos los que confían, los que se atreven a reconocer su indigente necesidad de sentido, fue un relámpago en la noche de la historia que volvió todo luminoso y mostró un camino entre las sombras. Sí, ciertamente un camino que no esquiva el paso doloroso e indeseable de la cruz, pero es que no era de eso de lo que debíamos ser salvados, es parte de nuestra condición humana, quienes huyen de la cruz acaban aplastados por ella como aquellos a los que aplastó la torre de Siloé, enfrentados a un destino sin sentido.



Y al respecto, sobre el significado de este también inaudito acontecimiento de la cruz, Ignacio Ruiz Quintano cita en ABC un relato de  “…Dombrovski, escrito entre idas y venidas por los “balnearios de Stalin”, como él prefería llamar al Gulag, [los momentos más] deslumbrantes de este relato se producen al contacto del padre Andréi, que se encarga del inventario del Museo, y Kornílov, el arqueólogo.
 ¿Cómo es que Cristo perdonó a todos? –pregunta Kornílov.
 Cristo podía perdonar y absolver –contesta el padre Andréi–. Por eso lo llamamos redentor. Es Dios, después de todo. ¿Por qué tuvo que morir, sufrir? ¿Hemos pensado en ello? (…) La moraleja de esta fábula es sencilla: ni siquiera Dios se atrevió, escuche bien, a perdonar a los hombres desde el cielo. Porque el valor de un perdón como ése sería nulo. No, desciende de tu Sinaí, métete en el pellejo infame de un esclavo, vive y trabaja 33 años como carpintero en una ciudad pequeña y sucia, soporta todo lo que un hombre puede soportar de otros hombres, y cuando… te laceren con látigos, te arrastren luego con una cuerda y te crucifiquen desnudo en un poste, expuesto a la vergüenza y al escarnio, pregúntate desde lo alto de ese maldito árbol: ¿amas a los hombres como antes o no? Y si dices: “Sí, los amo como antes. ¡Tal como son! ¡De todos modos los amo!”, entonces, ¡perdona! Pues tu perdón tendrá una fuerza tan terrible que quienquiera que crea que puede ser perdonado por ti será perdonado. Porque no es Dios en el cielo quien les perdonó el pecado, sino un esclavo crucificado. ¡Esto es lo que significa la fábula de la redención!
 ¿Podría usted perdonar a Judas? (Pregunta Kornilov)
¿Por qué no? ¿Quién era Judas, a fin de cuentas? Un hombre que había sobrevalorado terriblemente sus fuerzas. Tres cuartos de los traidores son mártires fracasados.”

Supongo que el otro cuarto de los traidores son los verdaderamente malvados o estúpidos, ya que ambos son peligrosos. Gran parte de la masa que asiste al espectáculo por otra parte, ha elegido nadar entre la indiferencia, tener pocas convicciones, rechazar el compromiso y aceptar la confusión del todo vale más relativista. Tal vez pensando que eso le pone a salvo de algo, de tener que elegir, del dolor, del sufrimiento, de la muerte o quién sabe de qué. Pero nosotros somos testigos de la tumba vacía, estamos llamados a unir los puntos, entender y llevar una vida que deje huella. Una vida comprometida y con sentido, supongo. ¿No les parece?