Empieza a ser palmaria la sensación de que no estamos en las mejores manos. Hace tranquilamente veinticinco o treinta años, un amigo mío, a la sazón director de un par de empresas y ex-empleado de banca, quiso hacer sus pinitos en política. Empezó a participar en reuniones del partido político de referencia entre el mundo progre, porque él siempre ha sido muy progresista en cuanto a las ideas. Y muy racional y de seguir las normas. Y ahí fue donde empezó su "caída del caballo". Resulta que las propuestas que se hacían sobre temas de los que él entendía por formación y experiencia, eran puros disparates y era imposible hacerles entender que las cosas no funcionan así. Después de varias reuniones en esa línea, desistió.
Otro amigo, ingeniero de "puertos y canales" que se decía antes y con amplia experiencia nacional e internacional, también del mismo sesgo, contaba que le habían encargado un proyecto para resolver el suministro de agua en cierta zona de la sierra cordobesa. Hizo un proyecto técnico y cuando lo presentó a los alcaldes, decidieron que así no, que había que hacerlo de otra manera, que no era una solución técnica, sino política que, en el fondo, no era una verdadera solución a largo plazo. Algo desencantado lo notaba.
Digo esto porque tengo la impresión de que nuestros gobernantes han llegado ahí no por ser los mejores gestores y tener amplia experiencia en la solución de problemas comunes, sino por mera profesionalización de la política. Son políticos profesionales y pocos de ellos buenos profesionales en la gestión de nada en realidad. Y de aquellos polvos, estos lodos, podemos decir.
Pasa a todos los niveles, sube no el más preparado sino el que sabe trepar mejor y con menos escrúpulos. Si además es inteligente y sabe lo que le conviene, busca gente con experiencia y sabiduría para que gestione. Si no, que suele ser lo más frecuente, pone a amigos y afiliados tan inútiles como él para que no le hagan sombra o porque les debe algún favor, y los perjudicados somos todos los demás.
Esto, unido al miserable trapicheo político y la manía tan nuestra de buscar primero los culpables y luego ya si eso, las soluciones, explican el problema en la respuesta ante la tragedia de Valencia. Una parte es imprevisión, otra incompetencia y politiqueo. Sumemos a los periodistas, cada cual con su sesgo, hurgando en el barro para subir en audiencias y tenemos la tormenta perfecta.
Lo triste es que esto, a veces, también sucede en los gobiernos de las diócesis, aunque misericordiosamente no queramos verlo. Resulta decepcionante y difícil de creer, pero ante lo obvio hay que rendirse.
Bueno, decía Chesterton que «Todos los hombres de la historia que han hecho algo con el futuro tenían los ojos fijos en el pasado». Luego están los soberbios, los que no aprenden ni del pasado, ni del presente. Ya lo saben todo, se me ocurre pensar.
Saludos si has leído hasta aquí.
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