21 noviembre 2016

Hipocresía y carpe diem...

Comentaba hace unas semanas algo sobre que la verdad no está de moda, que la verdad no importa. Importa la apariencia, la pose o, en lenguaje moderno, el “postureo”. Podemos comprobarlo, por ejemplo, en el revuelo montado alrededor del senador de Podemos, Ramón Espinar.  
Si no saben de lo que les hablo es porque acaban de bajar del platillo volante. Después de descubrirse que con 23 añitos y siendo becario su padre le dio 60.000 euros de nada para que se comprara un piso de protección, piso que no vivió y que vendió con suculenta ganancia, ha quedado al descubierto no ya la doble moral del que da consejos y predica contra lo que él mismo practica, sino ese mundo de apariencias en que lo que importa es que estés a favor de todo bueno y no te canses de repetirlo 
Cosa aparte es el detallito de que te den una beca de ayuda a los estudios mientras tu padre puede soltar alegremente tamaña cantidad de euros. Lo normal en casa de cualquier obrero, como el mentado personaje le gusta pintar a su familia. 
A la desfachatez del individuo se le ha sumado la cohorte de defensores que justifican lo indefendible con los argumentos habituales: “más roban otros” y las conspiraciones de los poderes fácticos. Como si eso cambiara los hechos, es que lo que en los otros es vicio, en los nuestros, los buenos, es virtud. Alguno anda operándose la boca para poder comulgar con ruedas de molino. 
Pero el tiempo pasa y dice el salmo que toda carne es hierba, que los días del hombre son como la flor del campo, que el viento la roza y ya no existe. El pasado día uno recordábamos a todos los santos que nos llevan delantera en el camino hacia el corazón del Padre y el miércoles a todos los difuntos, Fray Nelson ha hecho una lista en su blog de las 21 cosas que la gente confiesa y se arrepiente en sus últimos momentos, por si les sirve de algo, lo comparto con ustedes: 
Di mal ejemplo y lamentablemente hubo quien me imitara. El dolor frente al que fui indiferente. Las personas a las que lastimé o causé daño de cualquier forma. Las palabras necias, vulgares o groseras que salieron de mi boca. Las promesas que no cumplí. Las cosas que compré y que no necesitaba o que nunca utilicé. El mucho tiempo y esfuerzo que me costó conceder algún perdón. Los ratos en que he podido y debido orar más y sobre todo con más amor. No haber corregido a tiempo a los que tenía que haber educado mejor. Haber callado tantas palabras de reconocimiento, elogio o ánimo para quienes lo merecían y necesitaban. Haber huido tantas veces de la Cruz. La soledad de Cristo en el sagrario me duele. Haberme quejado mucho más de lo que he agradecido. Atribuirme los triunfos a mí y los fracasos a las circunstancias. Ser cómplice de chistes contra Dios, la fe o la Iglesia. ¡Tanto tiempo simplemente perdido; tiempo que ya no puedo recuperar! Haber perturbado la inocencia de alguien o bloqueado los sueños de algún otro. Aprovecharme de que alguien me quería para sacar algún provecho. Disfrutar la adulación aun sabiendo que es falsa. Personas a las que no visité porque me parecían poco interesantes, educadas o útiles. Me faltó amar; amar mucho más a Dios y muchísimo más a mi prójimo. 
Vivamos el presente, pero gastándonos por lo que realmente importa, todo lo demás parece frivolidad y caza de vientos.

25 octubre 2016

Así es si así os parece.

Decía Luigi Pirandello que “así es si así os parece”. Me sirve esta frase para introducir un concepto que he encontrado en un artículo de Miguel Urmeneta en Aceprensa, la “pos-verdad”. Resumiendo mucho, se puede decir que la verdad no importa, importa la apariencia y la conexión emocional. Así, personajes como Trump o nuestros populistas patrios, se han hecho de una legión de seguidores que escandaliza a quien aún le queden dos dedos de frente. SE entiende que los británicos votaran salir de la Unión Europea a pesar de que objetivamente les convenía muy mucho seguir unidos.
Y es que los hechos no importan, importa ese discurso que apela a los sentimientos y hace que se toleren las mentiras aun reconociéndolas públicamente. Esa conexión emocional y de sentimientos explica también que existan partidos cuyo objetivo es proteger la vida animal no en sentido conservacionista o ecologista, sino igualando a todos los seres vivos en dignidad y derechos, ampliando a los animales el respeto debido (y no siempre tenido) a la vida humana.
La estupidez de esa pulsión animalista llega a tales extremos que asistimos a insultos al torero Víctor Barrio tras su muerte e incluso a su viuda. Más recientemente, hay quién deseo la muerte a Adrián, un niño valenciano de ocho años enfermo de cáncer que desea ser torero y que participó como homenajeado en una corrida benéfica. La “presidenta” del partido animalista mostró su sorpresa porque la gente se escandalizara de esos comentarios infames, mostrando así la verdadera naturaleza de su misantropía psicópata. Los medios lo saben y los titulares no informan, atraen la atención con frases impactantes y las más de las veces desmentidas en el cuerpo de la noticia, pero importa el clic del ratón que hace caja con la publicidad, y que sigas en sintonía mientras un personaje famoso por salir en la televisión corteja con frases estúpidas y superficiales a otra individua famosa por lo mismo. En las redes sociales, fuente de información para muchos, importa lo que sale, lo que circula, lo que otros mandan, aunque sean bobadas extremas como supuestas curas milagrosas, frases sinsentido atribuidas a algún famoso o bulos en cadena sobre cosas sospechosas que la policía no da abasto de desmentir. Se utilizan legiones de seguidores o de robots informáticos para hacer circular opiniones que convienen al partido o denigren, al contrario, porque lo que cuenta es el número y la frecuencia. Es un nuevo estilo de manipulación dos punto cero.
La información que llega por dichas redes sociales es pasiva, no requiere de búsqueda y contraste por parte del receptor, con lo que es terreno abonado para este estilo de pos-verdad, de pensamiento hueco, de transmisión de eslóganes fáciles de repetir, el razonamiento y la búsqueda activa de la verdad están en retroceso. Y todo esto hemos de tenerlo en cuenta, atrae lo impactante mucho más que lo verdadero. ¿Cómo hablar cabalmente de lo que importa en un contexto así? Es la pregunta previa a cualquier discurso sobre Dios, la Iglesia y el ser humano que queramos hacer. “Es aún peor ser ignorante de la ignorancia de uno” decía S. Jerónimo, pero conservo la esperanza de que es posible la novedad y que la verdad brillará por sí misma.

La "pos-verdad"

A veces tengo la sensación de que vivimos una época en que todo es post-algo. Vivimos la pos-modernidad, el pos-franquismo, el pos-marxismo, el pos-cristianismo, la pos-verdad y así podríamos seguir hasta percatarnos que hemos entrado en la posteridad sin darnos cuenta.
Una de las cosas que por las que ya manifesté mi preocupación es esa tendencia a sustituir lo verdadero por lo emotivo, lo objetivo por el estruendo subjetivo de lo que gusta, de lo que queda bien porque encaja en la corrección política al uso. Así, cuando sale un tema espinoso, cuesta debatir basándonos en hechos, datos y objetividades. Se suele recurrir a la comparación, se alude al mal menor, al sesgo del pensamiento mayoritario (sí, ya saben, ese que dice que comamos hierba porque miles de millones de vacas no pueden estar equivocadas), al sentimiento (por supuesto, es lo que me gusta, lo que me apetece y por tanto a lo que tengo derecho) y todo lo demás, no importa. Una frase bonita, bien articulada, que coincida con lo que pienso que debería ser, se convierte en verdadera e incontrovertible.
Pongamos un ejemplo: Un señor llamado Max Neef, economista chileno, afirma para los titulares: “la economía neoliberal mata más que todos los ejércitos del mundo juntos y no hay ningún acusado ni hay ningún preso por ello”. E inmediatamente la reacción de “cuanta verdad” de parte de todos los que soñamos ser progresistas intachables no se hace esperar. Nadie se cuestiona la barbaridad ni ahonda en los datos que deberían darle la razón y que no aparecen por ninguna parte, luego en el cuerpo del artículo salen los temas habituales, y ningún dato. Pero no se pierdan la explicación de cuál es el sistema por el que él apuesta y que llama, en consonancia con lo estupendo de su pensamiento, “economía ecológica” o “desarrollo a escala humana”, por lo visto ahora debe ser escala inhumana, o escala animal o escala marciana, dado que no deben ser humanos los que practican la economía.
Pero no se pierdan la aclaración sobre su tesis: Sobre este punto explicó que "la economía convencional –que es la hija de la economía neoclásica– desde una visión ontológica, se sustenta en una visión mecánica, newtoniana: el humano, la economía y el mundo son mecánicos. Y en un mundo mecánico tú tienes sistemas que tienen partes. Partes que descompones, analizas y vuelves a armar. Del otro lado, la economía ecológica se sustenta en una visión orgánica. Los sistemas no tienen partes, sino que participantes, los cuales no son separables. Lo cual significa que todo está intrínsecamente unido y relacionado. Esto por lo demás ya es un mensaje que hace más de 90 años nos viene dando la física cuántica, pero ese mensaje ha tardado en llegar a las ciencias sociales".
A lo que habría que añadir “y dos huevos duros”. ¿Lo han entendido? ¿A que es bonito? ¿Y eso dónde se está poniendo en práctica? En ningún sitio, es pura farfolla crítica de la que arranca aplausos emocionados, mientras con los ordenadores y móviles de la economía convencional se difunde ese mensaje tan propio del pensamiento “Alicia”. Y el problema es que los cristianos somos proclives a asumir ese tipo de pensamiento acríticamente, porque encaja de alguna manera con nuestros máximos morales, sea real y objetivo o pura ensoñación. Y así alimentamos al monstruo del relativismo sin percatarnos. Pero de esto quizá hablaré otro día.

23 octubre 2016

Si la sal se vuelve sosa...

Hace unos días (por el pasado 4 de octubre)  celebrábamos la fiesta de San Francisco de Asís, hay mucho que aprender del pobrecillo que en pleno siglo de hierro de Europa y la Iglesia, se atrevió a abrazar el camino más insospechado, a evangelizar con la vida y, sólo después, con las palabras. De las florecillas, la narración de la verdadera alegría me impresionó y, de vez en cuando, la recuerdo. Especialmente cuando tras algún trabajo pastoral en el que no puedes evitar implicarte, como dice la canción, con alma, corazón y vida, se produce una de esas situaciones en que los demás te miran como si estuvieras de sobra, como si no pintaras nada en ese momento. Si fuera capaz de vivir ese momento con la calma y la paciencia que S. Francisco proponía, entonces sabría que estoy en el camino correcto.
Esta semana he tenido un interesante debate con una persona que se define como católica comprometida, profesora de universidad en Estados Unidos y catequista de confirmación en su parroquia. En un momento dado la buena señora manifiesta su criterio de que los sacerdotes católicos deberían ser casados. Y hasta ahí bien, es una opinión que lleva mucho tiempo en el candelero y, quién sabe, tal vez algún día esa sea la práctica de la Iglesia, le vengo a decir. Pero cuando intenta fundamentar su opinión entra en un terreno moralmente cenagoso, puesto que a renglón seguido afirma que así los sacerdotes dejarían de ser narcisistas y descomprometidos. Ni el argumento de que no ha hecho un test de personalidad a todos, ni la evidencia que eso es un juicio temerario sobre la generalidad basado probablemente en alguna experiencia personal suya, hacen que se dé cuenta de la barbaridad de juzgar a todos con un criterio tan injusto.
Luego vienen argumentaciones que oscilan entre lo ridículo y lo sin sentido. Que si un ex drogadicto puede ayudar mejor a quien quiera salir de la droga, o la barbaridad de que una persona con problemas de depresión puede ayudar mejor a alguien que tiene depresión (y acabar los dos en el hoyo, supongo), y otros razonamientos similares que nada tienen que ver. Parecer ser que piensa que los curas nacemos en los árboles y que no sabemos nada de cómo es una familia, porque no hemos tenido hijos. En su argumentación el único ginecólogo válido es una mujer que haya tenido hijos, lo demás no sirve igual. Cuando esta senda, absurda, se agota, aparece en el debate la ideología de género que tan de moda está. La Iglesia, si quiere caer bien a los jóvenes y ya no tan jóvenes de hoy, debería revisar su doctrina. ¿Les suena esto? Seguro que han oído a más de uno decirlo. En lugar de evangelizar, deberíamos dejarnos evangelizar y renunciar a la verdad y la razón, para abrazar la convención social y el buen rollo. Jesús no lo supo hacer, por ese camino, hubiera muerto de infarto a los noventa, pero nada, tenía que empeñarse en llevar la contraria y hacer la voluntad del Padre, qué sabrá el Padre Celestial de cómo se convence a la gente.
Y entonces vuelvo a acordarme de S. Francisco y la verdadera alegría. Si fuera capaz de dejarme llamar narcisista descomprometido y carca trasnochado sin perder la calma, sin perder la paz interior que sólo viene de Dios, entonces habría encontrado la verdadera y perfecta alegría. Pero aún estoy lejos por lo visto y actitudes así, de cierto catolicismo “progre” que hace bastante me fascinaba, ahora me produce hartazgo y me recuerda porque los epígonos de esta tendencia me hastían. Acabarán disolviéndose en una tibia nueva era que cae bien y halaga a todos por igual, encerrados en un refugio dónde la verdad no importa, sólo el buen rollo. Pero ya sabemos lo que dice el Apocalipsis sobre los tibios, ¿verdad?

27 mayo 2016

Corpus



Ayer fue uno de esos jueves que relucían más que el sol y que ya han pasado a la historia entre nosotros como festividad, aunque no su solemnidad que celebraremos el domingo. El Corpus Christi, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos invita a reflexionar sobre algunos aspectos de nuestra fe y nuestra práctica de la misma.
Yo suelo explicar a los niños de comunión en alguna ocasión en que están en la parroquia rodeados de todo el arte y el patrimonio que ésta encierra que, a pesar de todo, lo más valioso que en ese momento se encuentra allí para nosotros, lo que de verdad nos cambia la vida, es sin embargo, lo más barato, lo que menos precio tiene. Ni el oro ni la plata, ni el terciopelo ni las imágenes o el inmenso edificio que nos cobija, vale nada para nosotros al lado de ese pequeño trozo de pan, apenas harina y agua, que contiene la inmensidad de la misericordia de Dios hecha alimento para nuestras muchas debilidades. Y es eso lo que, por encima de todo, nos debería fascinar cada vez que nos acercamos al sagrario o al sacramento de la misa. Todo el boato y la pompa con que rodeamos ese misterio del Amor más grande, no debería distraernos de ese hecho, es más, debería conducirnos a su contemplación. Y no estoy muy seguro si la acumulación de tradiciones lo consigue siempre, si no nos quedamos asombrados por el marco sin ser capaz de apreciar el cuadro.
Por otra parte hay en la eucaristía una hermosa parábola de la condición del creyente que no me resisto a compartir con ustedes. Dice el Antiguo Testamento que los hebreos comieron el maná en el desierto. Se habían quejado al Dios Yahvé, tenían hambre y protestaban por lo duro del camino de la libertad, y la misericordia de Dios hizo llover maná, un pan que ellos no habían trabajado y que alimentó su peregrinación por aquel terrible lugar.
Pero nosotros vivimos un tiempo nuevo, somos un pueblo de adultos que han empezado la peregrinación por el nuevo desierto de nuestra sociedad, así que no hay maná, nuestro viático, nuestro pan del camino, el milagro de la Eucaristía no se da sin el esfuerzo del labrador que saca de la tierra el trigo y la vid que luego transformará en el pan y el vino que acogerán la presencia de Cristo. En el hoy de nuestra historia Dios se hace presente contando con nuestro esfuerzo, con nuestro sudor, no es la respuesta a nuestros lamentos o quejas, no es el milagro que resuelve la protesta por lo duro que es ser libre, por lo duro que llegar a la tierra de promisión. O ponemos lo que somos y tenemos con toda su pobreza o el milagro no será posible.
Y creo que hay demasiado del aquel pueblo quejoso del Sinaí en nuestra sociedad que exige al dios estado una respuesta paternalista que resuelva los problemas y garantice la subsistencia, aunque sea una subsistencia miserable que sacrifica la libertad y la madurez. Y no es a esto a lo que somos llamados, no es así como se camina hacia el mundo nuevo, no hay alternativas al desierto y la cruz. Por eso precisamente Jesús quiso quedarse hecho un mísero trozo  de pan, el alimento del pobre, del que somos tú y yo.
Dejemos este domingo que la fascinación del Amor más grande nos haga solidarios con los desfavorecidos, nuestros hermanos.

13 mayo 2016

Dar ocasión al diablo, o no.



Es posible que esté en esa parte de mi existencia en que algo en mi me invita a volverme eremita, a ir a algún lugar desierto,  y huir de todo y de la mayoría de todos. Decía Jean Paul Sartre que el “infierno son los otros” y yo llevo dándole la razón desde que leí la frase y estudié un poco de su pensamiento, con el que no estoy obviamente de acuerdo pero que resulta muy revelador según se lo interprete.  Bueno, no hay peligro de que me vaya a ningún sitio, al menos de momento, necesito de la compañía y cercanía ajena tanto como para sobreponerme al infierno mentado de la relación compleja y complicada que supone la vida diaria. Es más, soy consciente de que muchos de esos otros que pueblan mi personal e intraterreno infierno son mi responsabilidad, me han sido encomendados y no puedo huir de la tarea puesta en mis manos respecto a ellos.



Pero a veces duelen los errores, las desconfianzas, los fracasos, las tareas empezadas y nunca acabadas, las comparaciones con otros, los silencios y el contar contigo mientras te necesito y luego si te conozco de algo no sé de qué. Duele que todo lo hecho con tiempo, esmero y cuidado pueda ser demolido por una palabra torpe o que la confianza construida desaparezca como por ensalmo en cualquier momento por una noticia de la televisión o cualquier habladuría ajena. 

Y lo normal es que me pregunte dónde está el límite, si debo seguir o dejarlo, si cerrar la puerta o dejarla abierta y seguir insistiendo. Y estas andaba yo otra vez cuando recordé algo que había leído de Javier Vicens sobre las tentaciones que decía lo siguiente:



-¿Qué haré -se pregunta el diablo- para tentar al que anda sufriendo? 
Y entonces dice: “Je, je”. Y hace una lista de tentaciones para el que anda sufriendo. 
A. Le meteré en la cabeza que es el mejor sufriendo, que -a pesar de ello- nadie lo valora suficientemente, que los demás son unos quejicas, y otras cosas por el estilo. 
B. Le haré considerar que, puesto que él mismo está sufriendo, no tiene ninguna obligación de preocuparse por los demás. 
C. Le enseñaré a maldecir a Dios y a buscar culpables y a añadir a sus sufrimientos el resentimiento.



Y cómo no quiero dejar que el diablo triunfe me vuelvo a acordar del relato de Dombrosky que cité hace algunos programas, lo que hace auténtico y redentor al amor de Cristo es esa incondicionalidad desde la misma cruz, y pienso si yo seré capaz de llegar a vivir una fracción de ese modo de amar a los que son mi responsabilidad y mi infierno a la vez. Y me doy cuenta de que si no hago incluso de los momentos más tediosos del día, momentos de oración y reflexión, no podré ni intentarlo. Y en eso ando, tropezando con todo y sin ser capaz de explicarlo, tentado a caer en la queja, la autocompasión o el enfado. Y me acuerdo de Teresa de Calcuta y el mural de la casa para niños de aquella ciudad que dice:
"Las personas son irrazonables, ilógicas y centradas en sí mismas, ámalas de todas maneras. 
Si haces el bien, te acusarán de tener motivos egoístas, haz el bien de todas maneras.
Si tienes éxito ganarás falsos y verdaderos enemigos, ten éxito de todas maneras. 
El bien que hagas se olvidará mañana, haz el bien de todas maneras. 
La honestidad y la franqueza te hacen vulnerable, se honesto y franco de todas maneras. 
Lo que te tomó años en construir puede ser destruido en una noche, construye de todas maneras.
La gente de verdad necesita ayuda pero te podrían atacar si lo haces, ayúdales de todas maneras. 
Dale al mundo lo mejor que tienes y te golpearán en los dientes, dale al mundo lo mejor que tienes de todas maneras."


Y pienso en su vida y su entrega y pido que pueda hacerlo así.

09 mayo 2016

La tumba sigue vacía



Miro la foto de un niño en un bosque que contempla un árbol con aspecto de asombro, alguien comenta que necesitamos educar la sensibilidad y no tanto el sentimentalismo. Alguno se pregunta que dónde está la diferencia, y es que mientras el segundo es una breve explosión emocional, la
sensibilidad es una forma de acceso a lo real que permanece habitualmente escondido a simple vista.
Leo a Gregorio Luri que afirma que lo que nos define es aquello que encontramos cuando contemplamos la naturaleza. Pero no se refiere al bosque o la fauna, sino a la realidad misma, aunque me da pie para recordar que hay quien cuando pasea por cualquier bosque sólo ve leña para el fuego.  Éste ya ha se ha definido y ha cosificado la realidad como algo útil o inútil para sus fines.
También el mismo autor afirma que la religión intenta encontrar el rostro de Dios en la naturaleza. Y eso me devuelve al principio, educar la sensibilidad para vislumbrar la transcendencia que se esconde en lo inmanente, en lo cercano, en lo pequeño y efímero. De pequeño, cuando en el patio de casa aparecía un hormiguero, la reacción habitual solía ser acabar con esos molestos insectos. Pero a mí me fascinaba la complejidad de esa vida diminuta, tanta grandeza en algo tan pequeño y tan breve. Cada vida habla de la Vida y, sin embargo, no escuchamos su voz. Andamos tan sordos entre el ruido y la prisa que puede que esta nueva oportunidad que nos brinda la primavera, la desperdiciemos en simples fiestas para beber, comer y dar rienda suelta a las bajas pasiones, eso sí, a la sombra de alguna imagen sagrada, como para que sancione nuestros excesos volviéndolos justificables. O sin imagen, que ya el laicismo está reclamando que se puede llegar más lejos sin el lastre de lo religioso.
Pero no quiero ir por ahí, déjenme que permanezca en la muda contemplación de lo real, que vislumbre lo infinito que envuelve lo finito, la inmortalidad que enmarca mi fragilidad y caducidad, que disfrute de la fugacidad de esta breve antesala de lo eterno.
Sigue recordándome Luri que Pascal escribió: “El silencio de los espacios infinitos me aterra”. En fisiología se llama silencio al instante que separa los latidos cardiacos, como aviso quedo de lo irremediable. Toda nuestra grandeza –añadía Pascal- se encuentra en este efímero, pero exclusivo, terror al infinito silencio circundante. “Sólo el hombre es miserable”, concluía.
Y me acuerdo de un poema de Blas de Otero que no sé si entiendo, así que comparto esta lúcida confusión con todos ustedes:

"Recuerdo. No recuerdo. El viento. El mar.
Un hombre al borde del cantil. El viento.
El mar desamarrando olas horribles.
Un hombre al borde de un cantil. Recuerdo.
No recuerdo. Los brazos
alzados hacia un cielo ceniciento.
El viento. El golpe de las olas
contra las rocas.
Un hombre al borde
de la muerte.
El mar.
El cielo, mudo. Ceniciento. El cielo.
Recuerdo. Oigo las olas.
El viento. Entre las sienes. No recuerdo.
Un hombre
al borde de un cantil, gritando. Abriendo
y cerrando los brazos.
Un hombre ciego.
Recuerdo. Alzó la frente. Un viento frío
le azotó el alma. No recuerdo. Veo
el mar.
Nado por dentro.
Avanzo
hacia una luz, hacia una luz. No veo.
Escucho
un silencio de yelo.
y braceo, braceo hacia la luz,
y tropiezo,
y braceo, y emerjo bajo el sol
¡oh júbilo!, y avanzo... y no recuerdo
más. Esto es todo cuanto sé. Sabedlo."

Es primavera, la tumba sigue vacía.

16 abril 2016

El eterno retorno

El refranero español contiene la sabiduría popular acumulada por la experiencia de siglos, lo que nos ayuda a entender que todo lo que vivimos y nos parece nuevo, en realidad ya sucedió, de alguna manera, alguna vez. Como prueba están los refranes sobre el clima: lo mismo te dicen que “en febrero busca la sombra el perro”, para avisarte de una llegada temprana del buen tiempo, que te avisan de que “hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo”. Reflexionando sobre estas cosas me vino a la mente el mito del eterno retorno, la idea de que todo sucede una y otra vez en una cadena de causalidades de la que no es posible escapar. De repente me viene la pulsión de ponerme a explicar en plan profe de filosofía la idea clásica y moderna contenida en este mito, y no, la verdad. Pero me impacta esa variante recogida por Mircea Eliade sobre la pretensión de las religiones, entendidas como fenómeno antropológico, de la búsqueda de volver a una mítica edad de oro a través de un proceso que depende del comportamiento humano que haría posible el advenimiento de esa situación mítica mencionada. Y lo que me llama la atención es que esa pretensión parece vigente hoy más que en las religiones en los partidos políticos de nuevo cuño. Los que prometen la arcadia feliz, la sociedad sin clases, el estado ideal de felicidad permanente, algo que se conseguiría abrazando una ideología que se presenta como nueva (lo nuevo a sustituido a lo bueno en el imaginario popular) y que pretende abarcar la totalidad del pensamiento y comportamiento del individuo. El punto de “eterno retorno” de todo esto viene de que esto ya lo hemos vivido en las ideologías totalitarias
gestadas en el siglo XIX y paridas con sangre y exterminios masivos en el XX. La idea de que se puede intentar lo mismo con diferentes resultados es tan infantil como peligrosa, el mismo Friedrich Nietzsche plantea en la Gaya Ciencia que no sólo son los acontecimientos los que se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, vez tras vez, en una repetición infinita e incansable. Lo que nos ayudaría a entender cuál es la situación que estamos viviendo y cómo es posible que tantos propongan la recuperación de voluntarismos totalitarios demostradamente sanguinarios que se presentan como nuevos y como la solución a los problemas.
Visto todo esto lo fácil es caer en la melancolía, en el lamento del “no tenemos arreglo” y, si superas la ira, acabas cayendo en la tristeza o la desesperanza, y entiendes que Nietzsche acabara como acabó. Pero luego lees una glosa de Javier Vicens sobre Cervantes y se te pasa. La comparto con ustedes:
 Si la vida te ha maltratado -parece decir Cervantes- y conservas la sonrisa; si has fracasado y aún tienes el ingenio o el humor necesarios para celebrar los donaires; si la vida te ha mostrado cuanto de miserable hay en ti y en los otros pero no te ha amargado y aún puedes celebrarla con los amigos compadeciéndote de todos, entonces no te ha vencido; te ha convencido: te ha encandilado. Ciertamente el humor no cura las heridas del cuerpo pero, cuando es bueno, cura las del alma. Por supuesto, el sentido del humor no puede librarnos del hambre y del dolor pero puede librarnos de la amargura. Y, sobre todo, es cierto que -como le dice Sancho a su señor- la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Lo dice Sancho. Lo dice llorando pero no amargado. Porque ha aprendido de don Quijote que quien hoy ha sido vencido puede salir vencedor mañana. Murió Cervantes un 22 de abril de 1616. Al día siguiente murió Shakespeare. El español se despedía así de la vida y de los amigos: ¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!
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