26 marzo 2021

Stabat Mater

 Es viernes de dolores, pero creo que eso ustedes ya lo saben. No tengo intención de hablar ni de los viernes ni de los dolores. El otro día se celebraba un vía crucis con todas las medidas habituales en estos tiempos y, por supuesto, no faltó quien comentó las fotos del evento con acusaciones de irresponsabilidad y gestos de indignación. Un efecto secundario de todo esto es que demasiada gente se ha convertido en policía de los demás. Algo más en qué criticar al prójimo, el deporte nacional que se juega cada día en los programas de telebasura, que son mayoría y mayoritarios, desgraciadamente.

Roger Scruton tiene una charla titulada "Por qué la belleza importa" (Why Beauty Matters). Escucharla (en mi caso leer los subtítulos) resulta reconfortante. Pone en palabras intuiciones y experiencias difíciles de explicar para mí. Ahora que llega la semana santa con su particular expresión de belleza religiosa, entiendo mejor qué me llena y qué no de todo eso. Scruton reflexiona sobre cómo la belleza, desde Platón, “era la revelación de Dios en el aquí y el ahora”. “Kant, mucho más sobrio, viene a decir lo mismo: que la experiencia de la belleza nos conecta con el último misterio del ser y nos pone en presencia de lo sagrado”. Es decir, hay en la belleza un empujón sensible hacia la Transcendencia. Es el efecto que nuestros templos, catedrales, cuadros, imágenes, etc. pretenden causar en el ánimo del que se acerca, creyente o no. Que mirando lo bello, transcendamos hasta llegar al autor de la belleza misma. Y uno entiende eso, que es más antiguo que la Iglesia misma. Creo que fue siempre la intención desde que se puso la primera piedra de la primera catedral. Y sigue siendo así, excepto para el “alma dormida”, hoy yo diría anestesiada por el ruido y la prisa.

El mismo autor reconoce que hubo un momento en la historia reciente en que nuestra civilización occidental empezó a perder el sentido de la belleza. Así, mirar la flor no tenía que hacer pensar en nada más que en la flor misma, Tolstoi dijo que hay gente que pasea por el bosque y sólo ve leña para el fuego. El feísmo como arte contemporáneo lo hemos asumido tal cual. Ciertamente vivimos inmersos en una vorágine de ruido y furia, se diría, pero el arte debería ser un movimiento de resistencia contra la pérdida del sentido de la belleza que tiene detrás una pérdida del sentido de la vida. 

“’En mi propia vida la música me ha permitido, más que otras manifestaciones artísticas, encontrar ese camino’ [entre lo real y lo ideal], reconoce Scruton, mientras interpreta al piano el Stabat Mater de Pergolesi. El compositor tenía 26 años cuando escribió esa pequeña partitura. En ella describe el dolor de la Virgen María junto a la cruz de su Hijo moribundo. Todo el sufrimiento del mundo está simbolizado en ese pentagrama exquisito. También Pergolesi se estaba muriendo, aquejado de tuberculosis, pero la cruz de Cristo le enseña que la muerte no tiene la última palabra”.

Si toda la belleza que somos capaces de crear en estos días nos ayuda recorrer ese camino hacia la Transcendencia, no habremos perdido la orientación. En cambio, la búsqueda de lo bonito por lo bonito es tan banal como inútil en unas celebraciones que actualizan lo central de la fe, porque va de eso la Semana Santa. Y no me confundan la fe con la sensiblería emotiva que no ve más allá de lo bonito, sean serios.

17 marzo 2021

El postureo moral

 Recensión de Pablo Malo sobre el libro Grandstanding: The Use and Abuse of Moral Talk de Justin Tosi y Brandon Warmke.

 El Exhibicionismo o Lucimiento moral (también traducido como Postureo Moral) consiste en actuar o hablar de manera dirigida a atraer la buena opinión de la gente que observa. Es equivalente al señalamiento de virtud (virtue signalling). Consiste en hacer una contribución al discurso moral público cuyo objetivo es convencer a los demás de que uno es “moralmente respetable”. Usar el discurso moral para que los demás hagan juicios deseados acerca de uno mismo como que uno es digno de admiración por una cualidad moral particular. Transformar una contribución al discurso moral en un proyecto de vanidad. El fenómeno del exhibicionismo moral tiene dos características principales. A) La persona quiere ser considerada moralmente respetable. y B) Cuando uno hace una contribución al discurso moral público, el deseo de reconocimiento moral tiene que jugar un papel preponderante. Manifestaciones del exhibicionismo moral: Una primera manifestación es que el exhibicionista tiene que apuntarse o subirse al carro. Cuando se trate un tema tiene que reiterar algo que ya se ha dicho para que quede registrado que él está a bordo. Por ejemplo, aunque otras personas hayan expresado la necesidad de una petición por una injusticia el exhibicionista añadirá: “quiero apoyar lo que han dicho otros, esta petición es vital y la suscribo por completo, necesitamos mostrar que estamos en el lado correcto de la historia”. Otra manifestación del exhibicionismo moral es la facilidad para caer en una “escalada moral”.  Por ejemplo, ante una mala actuación de un político, alguien dice que hay que censurarle públicamente, otro podría pedir que hay que echarle y un tercero que hay que poner una demanda criminal contra él. En ese afán de ser el más santo moralmente nada es suficiente para destacar.

Una tercera manifestación del exhibicionismo moral es la fabricación o invención de problemas morales donde no los hay. Si el exhibicionista moral quiere mostrar que es superior moralmente a los demás una forma de hacerlo es identificar problemas morales donde otros (con una sensibilidad moral inferior) no los han visto. En cuarto lugar, el exhibicionismo moral se caracteriza por muestras exageradas de agravio o de emociones fuertes como la ira. La suposición es que la persona que más se altera es la que tiene las convicciones morales o el sentido moral más desarrollado.  Se supone que hay una fuerte conexión entre tener convicciones morales acerca de un asunto y tener fuertes reacciones emocionales en esos asuntos. El resultado final es que todo el mundo compite por ser el más agraviado por una acción supuestamente mala moralmente. Por último, los exhibicionistas morales claman que sus puntos de vista son auto-evidentes: “si no puedes ver que es así como hay que responder no quiero saber nada contigo, mi sensibilidad moral está muy finamente ajustada y la tuya no ya que no puedes verlo.” El exhibicionismo moral es indeseable porque distorsiona y corrompe el objetivo del discurso moral público que es mejorar nuestras creencias y el mundo. Corrompe el discurso moral de tres maneras: aumentando el cinismo, llevando a un agotamiento del agravio y favoreciendo la polarización de grupo. Cuando sabemos que todo el mundo presume para mostrarse como el más santo moralmente, el resultado es que no nos creemos nada, y que damos por supuesto que el otro actúa por egoísmo. Si todo el mundo practica el exhibicionismo moral, aumenta el escepticismo y el cinismo. Como el exhibicionismo implica un agravio excesivo y expresar grandes emociones ante cosas cada vez más pequeñas, llegamos a no saber si las expresiones de agravio son signo de injusticia o una exageración propia de una escalada de exhibicionismo moral. Digamos que se “abarata” el valor del agravio. Si ante cualquier tontería reacciono como si fuera el demonio, ya no tengo reacción apropiada para el verdadero demonio, por así decirlo. El tercer efecto negativo del exhibicionismo moral es la polarización de grupo, el fenómeno por el que los miembros de un grupo que delibera se van moviendo hacia posiciones cada vez más extremas. Si se acepta una postura moderada siempre va a haber alguien que quiera destacar pidiendo una vuelta de rosca más a esa postura acordada y así sucesivamente.

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