Tengo que reconocer que esta semana,
en plena octava de Pascua, resulta complicado sustraerse a la perplejidad que
provoca en quienes no viven anestesiados por la rutina y el tedio, la
experiencia del sepulcro vacío. Tenemos experiencia de muchas cosas, pero con
este extraño mesías que ha resultado ser Jesús de Nazaret todo de vuelve
inesperado, inaudito, sorprendente y, en cierta medida, chocante. Nada resultó
como esperaba la gente, como esperaríamos cualquiera de nosotros en realidad, ni
la vida, ni la muerte ni lo que vino después. Lo que no sé es si a estas
alturas hemos sacado las conclusiones adecuadas. Decía que tenemos experiencia
de muchas cosas, del dolor, del gozo, de la tristeza y de la alegría, de la
vida y de la muerte, pero lo de la resurrección nos coge a contrapié, eso no
nos lo atrevimos a imaginar ni en nuestros sueños más locos. Así que, que
aquellas mujeres volvieran diciendo que estaba vivo resultó tan sorprendente
que necesitamos mucho tiempo para empezar a entender lo que había pasado y
encajarlo en ese plan que parecía haber terminado en un gran fracaso. En
definitiva eso de resucitar nunca había sucedido antes y nunca ha vuelto a
darse y es normal que a los que viven cómodamente instalados en su fortaleza de
escepticismo les cueste hacerse a la idea siquiera.
Pero para todos los que confían, los
que se atreven a reconocer su indigente necesidad de sentido, fue un relámpago
en la noche de la historia que volvió todo luminoso y mostró un camino entre
las sombras. Sí, ciertamente un camino que no esquiva el paso doloroso e
indeseable de la cruz, pero es que no era de eso de lo que debíamos ser
salvados, es parte de nuestra condición humana, quienes huyen de la cruz acaban
aplastados por ella como aquellos a los que aplastó la torre de Siloé,
enfrentados a un destino sin sentido.
Y al respecto, sobre el significado
de este también inaudito acontecimiento de la cruz, Ignacio Ruiz Quintano cita
en ABC un relato de “…Dombrovski,
escrito entre idas y venidas por los “balnearios de Stalin”, como él
prefería llamar al Gulag, [los momentos más] deslumbrantes de este relato se
producen al contacto del padre Andréi, que se encarga del inventario del
Museo, y Kornílov, el arqueólogo.
–¿Cómo es que Cristo perdonó a
todos? –pregunta Kornílov.
–Cristo podía perdonar y absolver
–contesta el padre Andréi–. Por eso lo llamamos redentor. Es Dios, después
de todo. ¿Por qué tuvo que morir, sufrir? ¿Hemos pensado en ello? (…) La
moraleja de esta fábula es sencilla: ni siquiera Dios se atrevió, escuche bien,
a perdonar a los hombres desde el cielo. Porque el valor de un perdón como ése
sería nulo. No, desciende de tu Sinaí, métete en el pellejo infame de un
esclavo, vive y trabaja 33 años como carpintero en una ciudad pequeña y sucia,
soporta todo lo que un hombre puede soportar de otros hombres, y cuando… te
laceren con látigos, te arrastren luego con una cuerda y te crucifiquen desnudo
en un poste, expuesto a la vergüenza y al escarnio, pregúntate desde lo alto de
ese maldito árbol: ¿amas a los hombres como antes o no? Y si dices: “Sí, los
amo como antes. ¡Tal como son! ¡De todos modos los amo!”, entonces, ¡perdona!
Pues tu perdón tendrá una fuerza tan terrible que quienquiera que crea que
puede ser perdonado por ti será perdonado. Porque no es Dios en el cielo quien
les perdonó el pecado, sino un esclavo crucificado. ¡Esto es lo que significa
la fábula de la redención!
–¿Podría usted perdonar a Judas?
(Pregunta Kornilov)
–¿Por qué no? ¿Quién era Judas, a
fin de cuentas? Un hombre que había sobrevalorado terriblemente sus fuerzas.
Tres cuartos de los traidores son mártires fracasados.”
Gracias, por su compartir.
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