06 febrero 2015

El valor y el martirio.

Leía hace un par de días un artículo sobre el valor que hacía referencia al Señor de los Anillos y, como soy un fan de Tolkien, no puedo dejar de compartir un par de reflexiones a modo de perlas que había en el texto.
Cuenta el escritor que Tolkien intentó en su obra dramatizar una especie de “teoría del coraje” inspirado por las baladas nórdicas en las que se presenta “la idea de que un héroe no cambia de bando aunque las perspectivas de victoria sean nulas, que la derrota no hace malo lo que es bueno, que morir con valor no es nunca una derrota. En su obra quiso mostrar un coraje así, precristiano y plenamente humano, no corrompido por la rabia y la desesperación, no diluido tampoco por la confianza en que habrá una recompensa en otra vida, apoyado sólo en la satisfacción de haber hecho lo correcto. Tolkien hizo vivir a sus personajes de acuerdo con esa norma y, por tanto, procuró quitarles cualquier esperanza fácil y hacerles muy conscientes del final que les sobrevendría: «combatimos perpetuamente la larga derrota», dice Galadriel.”
También dice el autor que “el de los hobbits es un coraje sin espectáculo, interno y vacilante, muchas veces en soledad y en la oscuridad: justo el que ha de poner en juego cualquier persona normal en no pocos momentos de su vida. Los hobbits, seres que desean tranquilidad y disfrutar de las aventuras contadas sin sufrir ninguno de sus inconvenientes reales, se ven empujados al centro de los conflictos pero no intervienen en las grandes batallas salvo en acciones aisladas y bajo la presión de los acontecimientos. Eso sí, sus actuaciones acaban resultando decisivas y los héroes clásicos con los que comparten el escenario lo reconocerán con admiración”. Y traigo todo a cuento de que los héroes de nuestra época, los que nos presenta la ficción actual, son prisioneros del escepticismo cínico, la rabia y la desesperación. Y aunque no es tampoco una novedad, tienden a usar los medios del enemigo para vencer a un enemigo que parece invencible, a convertirse en antihéroes y moverse en el límite de lo humano incluso. Justo lo que el libro del Señor de los Anillos de Tolkien advertía, quien usa el anillo del enemigo aunque sea para vencerle se convierte él mismo en el enemigo.
Dicho esto reivindico la necesidad del valor, el coraje y el heroísmo de los hobbits. Para ahora, para nosotros. El valor de negar el mal sin usar los medios del mal ni para acabar con él. El coraje de seguir adelante haciendo lo correcto aun cuando sabemos que no podemos vencer, sólo porque es lo correcto, lo justo, lo honorable, lo que se debe hacer. La sabiduría de reconocer la propia debilidad que necesita el apoyo de una causa, de unos amigos, tal vez de una esperanza contra toda esperanza. Reclamo el valor de los mártires, ayer hacíamos memoria de Santa Águeda, hoy San Pablo Miky y compañeros también mártires. No hay día en que no recordemos que el tesoro de la fe ha llegado a nosotros gracias a esa valentía silenciosa, ese coraje vivido en soledad y vacilación, en medio de esas oscuridades del alma.
Porque además, nuestra fuente de valor y coraje transciende lo correcto, lo justo y lo debido, bebe de la fuente que es Cristo y Cristo crucificado, incomprensible tontería para los intelectuales de este tiempo y absurdo inútil para los sedientos de milagros, los que buscan una magia que los proteja del mal y les evite el esfuerzo y el sufrimiento. Los mártires mostraron una fortaleza desconcertante en la debilidad de su humanidad y vencieron más allá de la larga derrota del dolor y de la muerte. Esto reivindico. Este fin de semana es la campaña de Manos Unidas contra el hambre en el mundo, también una larga derrota en la que no cesamos de luchar y en la que sentimos que vale la pena hacerlo. Por amor de Dios, por amor del otro.

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