15 marzo 2010

Instantes

Atardece, la luz se ha ido haciendo cada vez más tenue. Hay gente que va y viene, unos salen del trabajo otros van de paseo o a buscar a su familia. Algunos niños vienen de practicar deporte, música o algunas clases de refuerzo o idioma. El día va de caída y un azul melancólico y oscuro se extiende sobre las casas. Las luces del alumbrado rasgan la oscuridad y en los escaparates las cosas parecen mirarte aburridamente, esperando despertar tu atención. Al marcharse el sol, el frío vespertino que ya es nocturno, empieza a colarse por las rendijas y las coyunturas del paseante desprevenido.
En muchas casas, mientras comienzan a ejecutarse los ritos de cada anochecer previos a la cena, la tele, en un rincón vomita sus inmundicias cotidianas sobre los que pasan por allí o se cobijan en el sofá. Ya sabes, personajes cuyo mayor mérito es haber salido en la tele degradándose como seres humanos y, de paso, dejando en mal lugar eso de ser humano con su mera presencia.
Mientras todo eso está por suceder, leo alguna noticias, miro el correo, repaso la agenda para mañana (qué cabeza, si no fuera por la agenda) y escribo esto como para que quede constancia que existo, que es real, que estoy aquí, mirando la eternidad contenida y sintiendo la infinitud sospechada que se encierra en cada pequeño instante en que te transciendes y miras más allá de ti a ese abismo desde donde Dios te contempla.
He dicho.

2 comentarios:

  1. ¡¡Muy bonito!!, realmente me ha gustado mucho este breve relato.

    Un abrazo.

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