21 febrero 2008

Acampada


Aunque aún no ha amanecido, se vislumbra la luz que perfila el horizonte. Salgo de la tienda y el frío matinal me acaba de despertar. Me abrocho hasta arriba el chaquetón mientras puedo ver mi aliento ante mí.
El rocío mañanero ha dejado una capa de humedad sobre todas las cosas y los árboles aún parecen extrañas sombras de enormes brazos. El cielo va destiñendo su oscuridad y distintos tonos de azul van conquistándolo poco a poco. Pronto se hace visible, tímidamente, un atisbo de lo que será un enorme sol naranja allá a lo lejos. Los primeros rayos parecen golpear todo lo que me rodea. Un brillo, como de oro viejo, se va depositando sobre todo y el mismo aire, cargado de humedad, parece incendiarse a mi alrededor con un fulgor inusitado.
Aprovecho algunas brasas supervivientes de la noche anterior para encender un fuego nuevo que alivie el frío reinante, pronto las llamas crepitan alegres, comienza un nuevo día. ¡Despertad dormilones! El día ha amanecido sin vosotros.

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